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Reseña del libro Todo llega cuando hay amor novela
La sinopsis de Todo llega cuando hay amor novela
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IndependienteCapítulo 1―Desnúdate ―dijo el hombre, su voz fría y sensual reverberando en el silencio de la habitación excitando a Carlota. «Oh, dios mío. Esa voz es tan seductora. Tengo tantas ganas de merendarme a este tío». Estupefacta, sólo pudo tragar aire. Nunca se había esperado que alguien le pidiera desnudarse en el momento en que cruzaba el umbral de la puerta. «Eso es aterradoramente atrevido». ―Esto… ―Ella sacudió la cabeza, intentando ponerse sobria, pero eso sólo hizo que se sintiera aún más mareada y empezó a sentir que ardía. «Un momento. ¿Por qué ha aparecido un tío en mi habitación?» Se apoyó contra la pared mirando en la dirección de donde provenía la voz. En su estupor etílico, vagamente podía discernir a un hombre vestido de traje sentado en el sofá. Estaba en la oscuridad de manera que todo lo que podía ver de él era su silueta. El cuerpo del hombre era alto y poseía el aire de un rey. Un fuerte deseo de someterse a él la sobrecogió, ella tragó otra vez, mirando al hombre aturdida. «¿Se han equivocado en la gerencia de este lugar? Yo no he solicitado ningún servicio. ¿Esto es un obsequio de la casa que viene con el evento? Y me han dado a un tío mandón. ¿Qué coños?» ―¿Quién eres y por qué estás en mi habitación? Incluso hablar era trabajoso para Carlota. Su cuerpo entero se estaba poniendo insoportablemente caliente y no podía dejar de quitarse las ropas. En el instante en que hizo esa pregunta sintió que la temperatura a su alrededor bajaba varios grados mientras que el ambiente se hizo denso y ahogador. En ese momento, ella sintió un deseo acuciante de salir corriendo. «Un momento, esta es mi habitación». Se paró en seco y se giró antes de tambalearse hacia el hombre. «Ya que esto es un servicio de cortesía, ¿por qué no disfrutar de él? Además, mi suerte no se puede poner peor de lo que está». «¡Qué detalle! Ya que me están regalando un tío…» Carlota eructó, sonriendo mientras se acercaba a él y chocando con los objetos que había en la habitación. Mientras tanto, el hombre guardó silencio. Sacó un cigarrillo y se lo colocó entre los labios. El encendedor en su mano chisporroteó y apareció una llama pequeña. El humo empezó a rodearle finalmente envolviendo la habitación. La luz le iluminó la cara, pero sólo durante un instante. Tenía los rasgos de un rey, un rey peligroso. ―Maldita sea. ―Carlota chocó contra la mesa de café y se desplomó en el suelo, las lágrimas surgiendo en sus ojos. Lentamente alzó la cabeza y le preguntó: ―¿No vas a ayudarme a ponerme en pie? «Vaya, las cosas gratis son las peores». En lugar de ayudarla, el hombre pareció haberse irritado, su coraje dispersándose por la habitación. Aunque Carlota estaba borracha, podía de todas formas sentir el aura heladora de él rodeándola y empezó a tiritar de miedo. «Vaya, es un hijo de puta arrogante. ¿Quién se ha creído que es? Bueno, si él no se acerca, voy yo hacia él». Carlota estaba totalmente borracha, incapaz de ver que algo no iba bien con ese tío. Después de hacer diversos intentos durante un ratito, finalmente logró ponerse en pie y reanudó sus pasos tambaleantes hacia él. Pero empezó a verlo todo en duplicado y las cosas parecían entorpecer su paso. Airada, señaló la mesa de café mientras decía perentoriamente: ―¿Qué coño? ¡Aparta de mi camino! Imperturbable, él siguió fumando. ―Bueno, guapo. Puedes dejar de actuar. Sigue mi consejo y sé suave. Puedes asustar a muchos clientes si sigues así de arrogante. Carlota finalmente llegó hasta él y soltó un eructo borracho. Sin embargo, tropezó contra el sofá al echarse hacia delante y eso le hizo caer encima de él. Un olor fresco le llegó, enfriando su cuerpo y se restregó contra él. Mientras Miguel miraba a la mujer que tenía delante, su furia se enardeció, amenazando con quemar todo y dejarlo hecho cenizas. «¿Se ha creído que soy un gigolo? ¡Maldita mujer!» Este hombre que había estado en silencio todo este rato, espetó de repente: ―Largo. Aturdida, Carlota abrió mucho los ojos conmocionada. De inmediato se incorporó y se sentó a horcajadas encima de su regazo antes de agarrarle por el cuello de la camisa: ―¿Quién coño te crees que eres? Rugió ella: ―¿Me acabas de decir que me largue? ¡Yo he reservado esta habitación! Carlota podía ver vagamente como el hombre enarcaba una ceja mientras que sus ojos brillaban. Durante un momento se sintió amedrentada por su expresión amenazadora y su corazón latió aprisa. Se arrepintió de haberle gritado en el mismo instante en que lo hizo. «Oh, no. Este tío parece ser peligroso». Mientras los ojos oscuros de Miguel miraban penetrantemente a los ojos bellos y negros como la obsidiana de ella, se quedó en trance. «Es exactamente igual que ella». Un olor fresco y dulce le hizo cosquillas en la nariz y cuando inhaló, algo se removió en él provocando una reacción en su miembro viril. Un impulso sin precedentes en él surcó sus venas, haciéndole querer devorarla. Los ojos de Miguel brillaban con deseo. Le tomó la barbilla con suavidad obligándola a mirarle a los ojos: ―¿Sabes quién soy? Preguntó él de manera despreocupada. ―Sí, esa es una pregunta estúpida. Eres un gigolo, ¿verdad? Bueno, pareces guapo, así que no me importa que me desvirgues. Carlota tocó su rostro esculpido y rio. Al oír esto, Miguel enarcó la ceja expulsando un poco de humo mientras sonreía. Luego, se inclinó hacia atrás en el sofá, sosteniendo su cigarrillo en una mano. Extendió el otro brazo colocándolo en el sofá antes de sentarse con languidez. Miguel la miró con frialdad y le preguntó: ―Bueno, háblame de ti. Carlota se quedó sorprendida: ―Bueno, soy una talla 105 de sujetador, ―contestó ella de manera refleja. Él soltó una carcajada. «Interesante. Le estaba pidiendo que se presentara, pero no me esperaba que me contara su talla de sujetador». Miguel de repente sintió las ganas de bromear a costa de ella, así que miró el pecho generoso de ella y le preguntó: ―¿Estás segura? A Carlota se le puso la cara compungida cuando se percató de la duda en la mirada de él. «¿Me está llamando planita?». Se cruzó de brazos, poniéndose recta y se inclinó hacia él: ―Eso es cruel, Sr. Mis tetas sí que son talla 105. ¿Crees que soy planita? Pues yo creo que eres un viejo. Puede que estuviera borracha, pero podía darse cuenta de que él era por lo menos cinco años mayor que ella. ―¿No serás impotente, verdad? ¿Es por eso que estás intentando desviar el tema? Deberías sentirte honrado de que me acueste contigo. En el momento en que ella se burló de él, pudo sentir su ira surgir y su rostro se ensombreció.