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Sinopsis de Chai Latte Kiss de Roser A. Ochoa

Reseña literaria de Chai Latte Kiss de Roser A. Ochoa

Chai Latte Kiss de Roser A. Ochoa pdfChai Latte Kiss de Roser A. Ochoa pdf descargar gratis leer onlinePrólogoEl brillo azulado de la pantalla inundaba la habitación.En la oscuridad de la noche, Cris no podía apartar la mirada de la escena que se desarrollaba a través del ordenador. En la filmación era como si ninguno de los dos tuviera miedo a morir, realmente, parecía que ambos chicos se quisieran matar. El puño de uno de ellos cayó de manera certera en el ya demacrado rostro de su oponente, que se giró escupiendo una bocanada de sangre. El contraataque no se hizo esperar, un puntapié directo al estómago del primero, este fue tan fuerte que el chico se tuvo que replegar, luchando por reprimir una arcada y recuperar su entrecortada respiración.Las gotas de sudor resbalaban por sus rostros y sus ojos escupían el odio mutuo que sentían. La imagen se hizo difusa en aquel momento, sin embargo, los gritos se escuchaban con total nitidez. Cuando la imagen se estabilizó, ambos jóvenes estaban en el suelo con las ropas manchadas de polvo y sangre.Nadie sabía cómo había empezado, mucho menos cómo iba a terminar. La atmósfera era tan tensa que la asfixiante opresión se filtraba incluso a través de la pantalla.—¡Voy a sacar tu jodida mierda a hostias! ¿Me oyes, Hugo? ¡Te voy a matar!En la habitación alguien alargó la mano sobre el teclado para hacerse con el ratón y detener así la reproducción, ganándose una reprobatoria mirada de su compañero.—Ni siquiera me voy a molestar en preguntarte cuál ha sido el motivo esta vez.—Él empezó todo —dijo Cris, dejándose caer hacia atrás para pegar la espalda en la silla.Su mirada quedó pegada al fotograma en donde el vídeo se había detenido, justo en el momento exacto en el que Hugo lo tenía contra el suelo, usando las rodillas para retener sus piernas y una mano alrededor de su cuello, con el pulgar presionando contra un signo vital. En la cara, la misma expresión que, a fuerza de ver tantas veces, ya le resultaba familiar.Cris se levantó de la silla y rodeó la mesa para sentarse sobre el colchón, desenvolviendo un caramelo de chai latte. Todavía le dolía cada golpe recibido, y la sangre reseca en la comisura del labio le producía tirantez.—Venga, Ansel, no me mires así —pidió Cris, alzando las manos e intentando sonreír—. Te juro que comenzó ese bastardo.—¿Qué hizo?—Existir. ¿Te parece poco?Su compañero alzó una ceja con una mirada reprobatoria en el rostro.—¡Ah, mierda! ¿Cómo puede seguir golpeando tan fuerte? —se lamentó Cris, pasándose un dedo por la herida de la ceja que dolía como el demonio.Se levantó para regresar de nuevo frente al ordenador y darle al play. El vídeo se reanudó mostrando un grupo de estudiantes que llegaban para separarlos. Una pelea más tampoco importaba, aunque Cris no pudo evitar pensar que no siempre había sido igual.Pausó de nuevo la reproducción y empezó a deslizar el ratón por la pantalla.—Casi diez mil reproducciones y trescientos comentarios, no está mal —bromeó Ansel, que observaba por encima de su hombro—. Bastante más que la última vez.Capitán Levi: ¿Alguien sabe por qué han peleado ahora?ChicaLinda19: ¿Es que acaso los príncipes necesitan un motivo para pelear?EnTuCasaOEnLaMia: x2Capitán Levi: x322Cm: Aunque dicen que ha sido porque el príncipe de hielo le ha levantado una chica al príncipe de fuego.—¿Que me ha levantado una chica? ¡Mis cojones! —gruñó Cris, apagando el ordenador enfadado.—Tienes que dejar de leer lo que dicen en el foro de la universidad —Ansel habló con mucha calma y se quedó pensativo—. Y ya de paso, dejar de pelearte también —añadió.—Yi di pisi diji de piliirti…—Muy maduro —se quejó Ansel, quitándose la camiseta para lanzarla al suelo.—¿Te vas?—Me voy —informó el chico, mientras se abotonaba una camisa limpia—. ¿Vienes?—Meeeh… Paso.—No creo que te encuentres con Hugo.—Ni que eso me importara —resopló Cris, tirándose contra la cama. Estaba agotado.—Está bien, pues no me esperes despierto —se rio Ansel, que observó la imagen casi perfecta que el espejo devolvía de él—. Y deja el foro, solo los perdedores pajilleros andan en Internet un viernes por la noche.No, claro que no, era mucho más estimulante reservar esas horas para hacer la colada. La puerta se cerró con estruendo. Cris rodó sobre el colchón hasta al final dejarse caer al suelo, mirando el montón de ropa sucia por lavar. Desvió un instante la mirada al ordenador, dudó, pero al final se resistió a leer más. Las hostilidades con Hugo habían empezado unos años atrás y, poco a poco, la frustración del principio desapareció, haciendo que se volviera adicto a todos esos problemas que creaban.Hugo, sentado al borde de su cama, exudaba, como siempre, un temperamento frío y mortal. El sonido de las risas de Evan, su compañero de habitación, lo molestaban. En la pantalla del ordenador el mismo vídeo se reproducía una y otra vez. Evan lo pausó en el momento exacto en el que Cris estaba reducido contra el suelo. Hugo observó la imagen en la distancia y recordó la situación, su mano había rozado sin pretenderlo la piel del otro a través de la fina tela de la camiseta y pudo sentir claramente cómo la cintura y el abdomen de Cris se tensaban.Justo en ese momento un grupo de chicos llegaron para separarlos antes de que pudieran llegar a más.En la habitación, Evan seguía riendo a carcajadas cuando volvió a reanudar el vídeo desde el principio. Hugo no pudo evitar soltar un chasquido y se dejó caer sobre el colchón, cruzando los brazos tras la cabeza, a modo de almohada, perdiendo la mirada en el techo.—¡Es que no me canso de verlo! ¿Por qué dices que habéis peleado esta vez? —preguntó Evan, que no se perdía ni un solo detalle de cada acción.—No lo he dicho. —La voz de Hugo era fría como el hielo, igual que la mirada que le lanzó a su compañero, el cual tragó saliva con dificultad antes de apagar el ordenador.—Lo que sea —dijo Evan, y abrió el armario para sacar unos vaqueros—. ¿Vienes o no?—No.Hugo se levantó para tomar el cesto de la ropa sucia que dejó al lado de la cama, para comenzar a sacar de entre sus prendas las que Evan había intentado colar, y las dejó a un lado, al tiempo que le lanzaba una furibunda mirada.—Je, je —forzó una risa Evan, y alzó las palmas de las manos en son de paz—. No hay quien te la pegue.Hugo lo observó un instante más antes de dar por finalizada su selección. Evan seguía estrujando entre los dedos un mechón de su cabello para dejarlo perfectamente colocado.—¿En serio te vas a dedicar el viernes por la noche a la colada? —Evan se quiso asegurar de que su amigo no se arrepentiría.—No veo que me ofrezcas algo mejor.—Ah… Psss. ¡Paso! —balbuceó Evan, que dio un último vistazo a su atuendo para terminar dándolo por bueno—. Que te diviertas con el suavizante —se burló, antes de salir de la habitación.La universidad estaba solitaria un viernes por la noche. Muchos de los estudiantes regresaban a sus hogares y, los que no, solían salir por la zona cercana de bares. Pocos eran los que se quedaban en el recinto escolar. Todo era silencioso, incluso al caminar, los pasos de uno en el pasillo parecían ser más fuertes de lo normal. Cris terminó de pelear con el programa de la lavadora y, justo en el momento que añadía el suavizante olor floral, la puerta de la lavandería se abrió y una corriente helada hizo que se le erizara la piel. Era algo parecido a cuando te atraviesa un fantasma. No le hizo falta girarse para saber quién acababa de entrar. El ambiente de la sala cambió, volviéndose frío e irrespirable. Cris cerró los ojos un instante, sintió el dolor de cada golpe recibido en la pelea anterior, tomó una profunda respiración, llenando de aire sus pulmones y, sin girarse, continuó con lo que estaba haciendo. Los movimientos de Hugo a su espalda eran lentos y cuidadosos, como si pretendiera no llamar la atención ni dejarse notar. Al final, Cris no pudo evitar girarse para observarlo. Los pasos del chico al otro lado de la habitación eran algo erráticos, cojeaba al caminar, eso logró hacerlo sonreír, a pesar de la herida del labio.Hugo alzó la mirada y la clavó en él, aunque no dijo nada antes de seguir con lo que hacía. Ambos chicos se quedaron ahí detenidos por un momento, el uno con la atención fija en el otro, intentando encontrar cualquier resquicio por el que entrar. Hugo empujó la ropa dentro del tambor, al otro lado, Cris lanzó una a una las monedas por la ranura.Los dos príncipes de la universidad, uno solitario y distante, tan frío como un témpano de hielo. El otro, divertido y amigable, tan cálido pero peligroso como el mismo sol.Se odiaban. Nadie tenía dudas sobre ello.Cris cogió el cesto y el jabón y se giró para ir a la salida al mismo tiempo que al otro lado Hugo realizaba la misma acción. Ambos se quedaron parados el uno frente al otro ante la puerta.—Psss —chasqueó la lengua Cris, haciéndose a un lado para dejarlo pasar.Hugo salió sin decir nada, ni siquiera perdió un solo segundo en lanzarle una mirada, estaba demasiado perezoso hasta para eso.—Que te jodan —susurró Cris, siguiendo con los ojos la espalda que se alejaba.Hubo una época, no mucho tiempo atrás, en que ambos fueron buenos amigos, casi como hermanos, de eso hacía lo que parecía una eternidad.Capítulo 1EL DÍA QUE NOS CONOCIMOSEl día en que Cris cumplió siete años tuvo dos grandes regalos. El primero fue un tonto cachorro de husky, al que puso de nombre Ciruela. El segundo, y mucho más importante que su perro tonto, fue que a la casa de enfrente alguien se mudó.Un enorme camión estuvo parado en la calle durante horas, descargando una caja tras otra bajo su atenta mirada. Al final de la tarde, cuando ya casi había olvidado el acontecimiento y estaba entretenido con los demás regalos, su madre le llamó para presentarle a los nuevos vecinos.Abrazado al cachorro de husky, Cris se acercó para observar al niño escondido tras las piernas de su madre. Tenía el cabello rubio y los ojos del mismo color que el mar. Su piel era muy blanca, como si nunca le hubiera dado el sol. Cris no es que fuera demasiado alto, de hecho, era de los más bajitos de su clase, pero ese niño parecía más menudo que él a pesar de que su madre le había dicho que tenían la misma edad. Los rechonchos dedos del pequeño se aferraban con fuerza al pantalón de su madre, desde su posición, Cris solo podía observar la mitad de su cabeza asomando por el lateral.Cris tenía muchos amigos en el colegio, aunque nunca le importaba hacer uno más. Sería divertido, sobre todo por el hecho de que ese niño rubio vivía justo enfrente de él, tan solo tenía que cruzar la calle peatonal para poder jugar. Acarició de manera distraída el lomo del perro y se acercó un paso en dirección al otro, que seguía aferrado a las piernas de su madre como si temiera que en cualquier momento una ráfaga de aire se lo fuera a llevar.A la misma vez, Hugo también lo observaba. Desde la estrecha ranura en la que se escondía, vio aparecer al nuevo vecino, al que su madre había llamado Cris. Llegó corriendo, con un cachorro blanco y negro entre los brazos que abultaba más que él. Hugo asomó un poco la cabeza para observar. La diferencia entre ellos le pareció abismal. El cabello de Cris era oscuro, casi tanto como el color de su piel, aunque lo que más le llamó la atención fueron los ojos. Hugo lo miró embelesado. Tenía los ojos muy muy grandes. Eran tan enormes y negros, que pensó que aquello no podía ser normal. Cris parecía un dibujo animado. En ese momento, el perro soltó un ladrido y Hugo se escondió.—No muerde —dijo Cris, adelantándose un paso—. Se llama Ciruela, ¿quieres tocarlo?Hugo negó con la cabeza. Su madre se agachó para estar a la altura de los dos pequeños y, tomando la mano de su hijo, hizo que este la alargara en dirección al cachorro, la expresión de terror en Hugo no se hizo esperar y la madre dejó de obligarlo.—A Hugo no le gustan los perritos —explicó, mientras acariciaba la cabeza de Ciruela.—Oh —exclamó Cris, extrañado. Era la primera vez que conocía a alguien que no le gustaban esos fieles animales y aquel hecho le causó curiosidad—. No muerde, mira —insistió, metiendo a la fuerza el dedo en la boca del perro.—Cariño, ¿por qué no dejas a Ciruela en el patio de atrás y le enseñas a Hugo los juguetes de tu habitación?—Pero… —Cris dudó. No quería separarse de su nuevo amigo peludo, sin embargo, al final dejó al cachorro en el suelo y corrió escaleras arriba.Hugo era un niño muy calmado y obediente, pocas veces su madre lo tenía que regañar y, por lo general, ningún adulto tenía que llamarle la atención. Prefería quedarse en el interior de su casa, ver la televisión o incluso dibujar. Todo lo contrario que Cris. Él era como un elefante en una cacharrería. Hablaba gritando, solo quería jugar, pasaba horas en el patio o saltando la verja para escaparse al parque. Eran como la noche y el día, casi destinados a nunca encajar, sin embargo, a fuerza de compartir tiempo, los dos niños empezaron a congeniar.Habían pasado unas semanas desde que Hugo se había mudado y Cris se moría de ganas de que empezaran de nuevo las clases, para poder presentar a aquel nuevo amigo tan especial al resto de la clase.—¿Quieres que vayamos a la piscina? —propuso Cris, rascándose la barriga por debajo de la camiseta.A tan solo unos días para el inicio del curso, quería aprovechar antes de que las clases comenzaran. Después sus padres se ponían muy pesados con el tema de los deberes y estudiar.—No.Monosílabos. Eran las típicas respuestas de Hugo. Al principio Cris estaba preocupado de que su nuevo amigo no supiera hablar, así que dedicó unas cuantas tardes a chincharlo hasta hacerlo estallar y comprobó, entre aliviado y algo atemorizado, que Hugo no solo podía hablar, sino que cuando uno le enfadaba, golpeaba con bastante fuerza. Para Cris, ese descubrimiento le valió un ojo morado, aunque un gran alivio para su corazón.—¿Al parque? —preguntó entonces Cris, dando la vuelta sobre el colchón para quedar boca abajo.Hugo lo apuñaló con una mirada llena de horror, expresión que se hizo más extrema cuando unas pezuñas rascaron tras la madera. Cris se dejó caer de la cama y corrió a abrir la puerta, el perro entró saltando y moviendo la cola, hizo todo un espectáculo a su alrededor. Si el animal era caótico, el dueño lo era mucho más. Cris se tiró al suelo agarrando y tirando de las orejas del husky que, cuando se vio acorralado por el niño, luchó por escapar. Hugo observaba en la distancia, con ambas piernas recogidas encima del colchón. No le gustaba Ciruela, de hecho, le tenía mucho miedo, pero a veces compadecía al pobre cachorro por tener que soportar semejante trato.—¡Tócalo! —gritó Cris, y Hugo negó con la cabeza—. ¡Tócalo! —insistió, y agarró al perro por el collar para tirar de él en dirección a la cama.—¡No! No, no… —balbuceó Hugo aterrorizado.—¡Ja, ja, ja! —se rio su amigo, soltando al perro que escapó por la puerta entreabierta—. Eres un miedica —sentenció—. Cuando sea un superhéroe te tendré que salvar siempre —pronosticó, con algo de cansancio en la voz, como si ya solo de pensarlo le ocasionara extrema pereza.—¿Vas a ser un héroe?—¡Claro! Como mi papá. Es Policía. ¿Y el tuyo?—No está —dijo Hugo, bajando las piernas de la cama después de comprobar que el perro parecía que no iba a volver—. Se ha quedado en la ciudad para trabajar, dice mamá que ahora viviremos separados.—Oh… —murmuró Cris meditabundo. Hugo parecía algo triste con eso de que su padre no estuviera en la nueva casa, así que se sentó a su lado para abrazarlo, como hacía su madre cuando él sentía ganas de llorar—. Si quieres, podemos compartir a mi papá… —propuso entonces, feliz de haber encontrado una buena solución—. ¿Sabes? En realidad, él tampoco es mi papá de verdad, mis padres se marcharon al cielo cuando yo era pequeño. Ahora tengo esta nueva familia y no me importa compartir a mi papá contigo.—¿De verdad?—¡Claro! —chilló Cris, mientras se ponía en pie—. Pero tienes que hacerte amigo de Ciruela, ¿vale?Hugo dudó, una sombra de miedo empañó su azul mirada al pensar en el perro, aunque al final asintió moviendo arriba y abajo la cabeza. Le gustaba la idea de poder tener un padre, además, Martín era muy divertido y siempre les dejaba jugar con el ordenador.—Está bien —aceptó al final—, intentaré que no me dé miedo Ciruela.—Ah… —se lamentó Cris, al darse cuenta de lo fácil que había sido—. Tendría que haberte pedido algo más.Vivían en una zona residencial a tan solo tres calles del colegio, cerca de un gran parque con un lago en medio al que solían ir a jugar. Era una zona bonita y agradable en la que nunca pasaba nada fuera de lo normal.Para alguien como Hugo, tener a Cris al lado en el colegio era agotador. Él siempre había sido un poco tímido y retraído, no hacía amigos con facilidad, aunque tampoco le importaba. Desde el primer día de colegio, Cris lo arrastraba de un lado a otro, obligándolo a estar siempre rodeado de gente, sin embargo, cuando Cris desaparecía, Hugo con disimulo se apartaba en busca de silencio y soledad. No era que tuviera algún problema concreto con ninguno de sus compañeros, solo que no tenía la necesidad de hacer más amigos, solo con Cris ya era más que suficiente.Como todas las mañanas, Hugo cruzó la calle que los separaba, asomó la cabeza por encima de la valla para asegurarse de que Ciruela no estaba y, una vez a salvo, corrió hasta la puerta para golpearla. Como todas las mañanas, Elisa, la madre de Cris, lo recibió con una gran sonrisa. Hugo saludó antes de echar a correr escaleras arriba para sacar a Cris de la cama. Abrió la puerta con sigilo para observar el bulto sobre el colchón. Era como un enorme caramelo envuelto con diferentes capas de papel, hasta parecía que oliera dulce.—¡Cris! —exclamó, acercándose sigiloso hasta la cama, alargó la mano para dejarla sobre lo que creía la espalda de su amigo—. Cris, ¿estás despierto?—Dormido —murmuró una pastosa voz desde debajo del bulto.—Levanta.—Quiero dormir un poco más.—Vamos, es tarde.—¡No estoy despierto! ¡Estoy dormido! ¡Deja de molestar! —Cris sacó la cabeza de entre las mantas. Sus ojos estaban pegados por gruesas legañas—. ¿Qué haces aquí? —preguntó confundido.—Es tarde —repitió Hugo, sin perder la paciencia, a pesar de ser lo mismo todas las mañanas.—Oh —exclamó Cris, y se sentó en el borde de la cama, rascándose la ingle—. Espera, ¿qué? ¿Dónde estoy? ¿Quién eres tú? ¿Nos conocemos? —empezó a decir Cris, muy asustado.La expresión de Hugo se volvió indescriptible. Sus ojos se agrandaron, sus cejas se volvieron planas y sus labios quedaron torcidos en una fea mueca. Alargó la mano, aunque no llegó a tocar a su amigo antes de sentir miedo y retirarla. Al final había pasado, con tantos golpes, su amigo se había quedado tonto.—¡Elisaaaaa! —gritó Hugo a pleno pulmón.—¡Está bien! ¡Está bien! ¡Era mentira! ¿Por qué llamas a mi madre? —gruñó Cris, enfadado porque su amigo era incapaz de captar una broma—. ¿Cómo me voy a olvidar de ti? Me despiertas todas las mañanas, ¡maldita sea!—Mi madre ya se ha ido.—Lo sé, lo sé. Anda, vamos —dijo Cris, tirando de su mano.Alicia empezaba muy pronto a trabajar, Hugo solo tenía nueve años, era demasiado pequeño para quedarse solo en casa, así que todas las mañanas Hugo iba a casa de los vecinos hasta que Elisa los llevaba al colegio. Cada día era igual. Cris tomó al vuelo una camiseta y un pantalón cualquiera antes de salir al pasillo. Pasó los dedos por el ensortijado cabello y se frotó los ojos con el dorso de la mano. Ante la pregunta de su madre de si se había lavado bien, la respuesta de Cris siempre era un rotundo sí. Después, lanzaba una cómplice mirada a Hugo, que no tenía por costumbre añadir nada. Solo se sentaba en el salón y observaba toda la escena sin hablar. Esta dinámica que había empezado cuando ambos niños eran pequeños, continuó un tiempo más.En el colegio también seguía todo más o menos igual, al menos bajo la perspectiva de Cris nada había cambiado demasiado. Tenía nueve años, seguía siendo bueno en los estudios, entrenaba todos los días en el club de fútbol y, al terminar, se encontraba con Hugo, que siempre lo esperaba. A veces quedaban con sus amigos, aunque entonces Hugo ofrecía alguna excusa para regresar primero a casa. Al principio a Cris no le molestó, sin embargo, después empezó a notarlo más.Hugo no era muy bueno hablando. No le gustaba jugar. Odiaba los deportes y todo lo que implicara sudar. Pero era un buen amigo. Por eso no entendía por qué siempre estaba solo, aunque parecía feliz, caminaba con la cabeza alta y con mucha seguridad, pero pocas veces lo veía interactuar con nadie más. No parecía triste o deprimido, ni que nadie se metiera con él.Esa misma tarde, había quedado para ir con algunos de los chicos del equipo de fútbol al parque para practicar, así que, después de que sonara el timbre que anunciaba el final de las clases, fue a buscar a Hugo. Como siempre, el chico estaba sentado en su pupitre sin hablar con nadie, pero al ver llegar a Cris sus ojos se iluminaron por un momento antes de volverse a centrar en los libros que estaba guardando.—¡Vamos! —le gritó Cris con urgencia desde la puerta del aula, ignorando las miradas de los demás.—Sí, sí. —Hugo se apresuró a terminar de meter todo en la mochila y seguir a su amigo por el pasillo.—¿Eh? —exclamó uno de los chicos cuando los vio llegar—. ¿Por qué has tenido que invitarlo? —preguntó de manera directa.Hugo descendió la mirada al suelo, Cris siguió la línea de visión de su amigo, pensando en encontrar algo interesante allí, pero eso no sucedió. Miró al grupo de chicos congregados que los observaban con impaciencia. Cris chasqueó la lengua con molestia antes de empezar a caminar.—Porque es mi amigo —dijo, dejando que la voz fluyera por encima de su hombro—. ¿Vamos o no? —preguntó, deteniendo el paso para observarlos.Ninguno de ellos se atrevió a volver a replicar y lo siguieron, como siempre, Hugo caminaba a su lado, de manera callada. Cris lo observó por el rabillo del ojo. El rostro de su amigo jamás mostraba si estaba triste o enfadado, pocas veces podía verse una clara expresión en él. Pero en los dos años que habían pasado juntos, Cris lo conocía mejor que nadie y no necesitaba demasiado para poder saber cómo se sentía. Ahora mismo la ira amenazaba con hacerlo estallar. Como aquella vez cuando, siendo más pequeños, lo enfadó hasta hacerlo detonar. Hugo parecía tener una fuerte contención de sí mismo, puede que por no llamar la atención y no buscar problemas con nadie. Con la mirada fija al frente, Cris tanteó hasta encontrar la mano de Hugo para sujetarla.—¿Por qué no dices nada? —le reprendió Cris, enfadado por esa extraña afición de su mejor amigo de «poner la otra mejilla» y dejarlo todo pasar—. ¿Eres tonto o qué?—Son tus amigos —dijo Hugo, sin alzar la voz—. No importa.—Claro que sí.¿Cómo no iba a importar? Cris no era capaz de entenderlo, sin embargo, era verdad, a Hugo parecía no molestarle nada lo que los chicos pudieran pensar. Era demasiado perezoso para que le molestara algo como aquello.La mirada de Hugo se deslizó desde el rostro lleno de molestia de su amigo hasta la mano que mantenían entrelazada. Sintió un extraño cosquilleo en la boca del estómago y la retiró, metiéndola en el bolsillo después. Se sentía caliente.Pasaron la tarde corriendo tras el balón, practicando toques y pases. Ocho niños de nueve años, chillones y llenos de vitalidad, y Hugo que simplemente los miraba en la distancia. No era un entusiasta de los deportes ni del aire libre en general, si por él fuera, preferiría estar en casa, tomarse un batido de cacao y espachurrarse en el sofá viendo la televisión. Pero, desde que su padre se había marchado, su madre trabajaba el doble y en casa no había nadie. Y, sin Cris, era particularmente aburrido. Así que se conformaba con matar las horas en el parque, a veces, si su humor era bueno, incluso se animaba a participar en alguno de los juegos.Hugo echó una última mirada al campo de batalla en el que habían convertido el prado antes de alejarse por el sendero empedrado que rodeaba por el lago. En época veraniega podían alquilarse embarcaciones de remo y era bastante habitual ver a familias haciendo navegar barquitos a control remoto. Había un quiosco, unos baños públicos y una pared con algunas máquinas expendedoras. No era un sitio demasiado grande, aunque siempre estaba muy concurrido. Hugo se acercó al lateral y sacó del bolsillo dos monedas que metió en la ranura antes de hacer girar la manivela un par de veces. Se escuchó el ruido seco de los engranajes y algo rodó hasta impactar contra la trampilla metálica. El sonido debería haberse detenido ahí, pero otro chicle rodó y, cuando Hugo alzó la plancha de metal, los dos cayeron en su mano. En el momento en que una tercera bola rodaba, Cris llegó a la carrera, jadeando por poder volver a respirar.—¡Ya hemos terminado! —exclamó sin aire, miró la mano de Hugo y tomó la bola de color amarillo—. Gracias.Desde la máquina, un nuevo sonido de algo chocando hizo que los dos voltearan la cabeza. Cris observó con curiosidad y, al alzar la trampilla, tres chicles más cayeron en sus manos.—Está rota —anunció Hugo, de hecho, no había otra explicación.—Oh —murmuró Cris, y sus ojos se iluminaron.Hugo conocía muy bien esa mirada, era la que ponía su amigo siempre que una mala idea cruzaba su mente, cosa que cada vez ocurría más a menudo.—No —dijo Hugo apartándose un paso, todavía con dos grandes y coloridas bolas en la palma de su mano.—¡Chicle gratis! —exclamó Cris divertido.—Esto está mal —intentó advertirle Hugo, que ya había empezado a buscar a algún adulto para poder informar de la avería.—No está mal si lo compartimos, ¿no? Es algo… ¡bueno para todos! ¡Un bien común!—Creo que esto no funciona así.—¡Chicos! —gritó Cris a sus compañeros, que esperaban en la distancia—. ¡Corred! ¡Venid!Hugo se apartó un par de pasos viendo con fastidio como todos esos críos se lanzaban a por los dulces como alimañas. Alzó los hombros con resignación y se metió la bola roja en la boca. Cris reía a carcajadas apostando a ver cuántas bolas era capaz de masticar.Si había una palabra que definiera a Cris, sin duda era ruidoso. Él era ruidoso, su perro lo era y, sus amigos, más. Alrededor de Cris siempre había movimiento y gritos, risas alocadas y diversión a raudales. Para Hugo tanta alegría era agotadora.Cuando más tarde llegó a casa, a Cris le dolían las mandíbulas como si alguien le hubiera dado un buen puñetazo. Tenía la lengua tintada de diferentes colores y sentía un ligero malestar en el estómago por tanta ingesta de azúcar.—¡Cris! ¿Se puede saber por qué llegas tan tarde?—Uy —respondió él, dejándose caer sobre Ciruela, que intentó huir escopeteado—. ¡Maldito perro tonto!—¿Dónde está Hugo? —preguntó Elisa, saliendo de la cocina con un paño entre las manos—. Ha llamado su madre, tiene que trabajar esta noche, así que dormirá aquí.—Umm… se ha quedado en el parque, creo… o no sé —dijo Cris, rascándose la cabeza.Después del incidente de los chicles y de que el dueño del quiosco les gritara y amenazara con llamar a sus padres, no lo había vuelto a ver. Se sentó en el sofá de manera despreocupada, tiró del calcetín de donde cayeron infinidad de piedrecitas que se apresuró a esparcir para que su madre no se diera cuenta, se rascó la nariz y se recostó contra los almohadones para ver la televisión. Sobre su cabeza lo alertó un carraspeo justo antes de que una mano se estampara contra su frente.—¡Ah! —se quejó, llevando ambas manos a la cabeza para frotarla.—¡Que vayas a buscarlo para cenar! —le gritó su madre, exasperada.—Vaaaaaaaaaaaaaaale, pesada.Después de ponerse de nuevo el calcetín y las deportivas, salió de la casa. Primero cruzó la calle y se acercó a la puerta de enfrente para llamar, lo más normal era que Hugo hubiera regresado. Esperó unos instantes, pero nadie abrió.—Llévate a Ciruela. —La voz de su madre llegó convertida en grito desde el otro lado de la verja.En un acto reflejo, Cris se agachó para que nadie lo viera y se escabulló por el lateral sin ser visto. Y, obviamente sin llevarse al perro, que sin duda su madre tendría que sacar a pasear cuando terminaran de cenar.Corrió calle abajo en dirección al parque, pero no lo encontró. Después se acercó a la biblioteca, a la tienda, a la panadería… Hugo parecía haberse esfumado. Pateó una piedra cabreado. Encima con la tontería se estaba perdiendo la serie de los superhéroes. Cuando encontrara a Hugo lo golpearía por idiota. Justo cuando ya regresaba, decidió volver a adentrarse en el parque y ahí lo encontró. Estaba cerca del lago, parecía hablar con alguien, dos o tres chicos mayores, posiblemente del instituto. Cris observó en la distancia y le pareció extraño, nunca había visto a Hugo hablar de manera casual con nadie. Cuando se acercó, algo lo congeló. Uno de esos chicos alzó la mano dejándola caer con fuerza contra su amigo. Después de aquel acto, otro lo empujó e hizo que Hugo cayera al agua.—Uy, uy, uy, uyyyy. ¡Dejadle en paz! —Cris corrió como un loco, haciendo el molinillo con los brazos para golpear todo y a todos los que se pusieran a su paso.Empujó al primero de los chicos con todas sus fuerzas, aunque, de forma inexplicable, este no se movió. De hecho, sí había una explicación, y esta era que los chicos eran mayores y Cris no era especialmente fuerte.—Otro moco al que pisar —se burló uno de los chicos y, con una sola mano, logró hacer que Cris diera con el culo al suelo—. ¡Míralo, va a llorar!—¡Oh! Pobre bebé… ¿Vas a decírselo a tu mamá?—¡Os voy a matar! —gritó Cris al levantarse de un salto.Lo siguiente que sintió fue una gran bofetada en toda la cara que hizo que se mareara. Un zumbido se instauró en sus oídos y notó un extraño sabor estallando en su boca. Cuando la abrió, algo rojo salpicó el suelo.—¡Dejadle! —Fue Hugo el que gritó. Había logrado salir del agua. Empapado de cabeza a pies, se situó frente a su amigo alzando los brazos hasta formar una cruz.—¿Es que no has tenido suficiente, bicho raro?El chico más cercano a él sonrió con superioridad, alzó la mano y, cuando estaba a punto de alcanzar a su objetivo, este se movió. Hugo giró el pie derecho, se agachó con rapidez y, al levantarse, estrelló la parte alta de su cabeza contra el estómago de ese animal. Un fuerte alarido cortó el aire. Aprovechando su proximidad al suelo, Hugo cogió un puñado de arena que arrojó a la cara de los otros dos, después solo tuvo que empujar. Levantó la pierna y la dejó caer con fuerza contra el costado de uno de ellos.—¿Puedes correr? —le preguntó a Cris, que seguía sentado en el suelo.Hugo tomó su mano sin esperar una respuesta y tiró de él. En la soledad de la tarde-noche se escuchó el chapoteo de unas rápidas pisadas que dejaron un rastro tras de sí. Los dos niños corrieron cogidos de la mano, sin girar la cabeza atrás. Dieron vueltas por las calles hasta que sus pulmones ya no podían más y al final se dejaron caer contra un árbol de una calle lateral.—¿Estás bien? —preguntó Hugo con preocupación.—Eso ha sido… ¡alucinante! ¿Dónde has aprendido a pelear así?—¿Se puede saber a qué ha venido eso? —preguntó Hugo enfadado.—¡Te estaba salvando!Hugo lo miró enarcando una ceja y al final soltó un suspiro de resignación. Quiso decir algo, como que Cris no era capaz de salvar a nadie, sin embargo, no quería estallar la heroica burbuja de su amigo, así que solo compuso la mejor de sus fingidas sonrisas y se agachó al lado de él para quedar frente a frente con sus ojos.—Tienes razón. Gracias —dijo.—No hay de qué —respondió Cris, lleno de orgullo—. Hemos ganado nuestra primera batalla.Hugo dejó los ojos en blanco, pero al final asintió. Poco después, la voz de Martín llegó desde una de las calles. El padre de Cris gritaba sus nombres a pleno pulmón.—Oh, oh. —Cris descendió la mirada a su ropa sucia y manchada—. Mi madre me va a matar, me he roto el pantalón.—¿En serio? ¿Crees que la ropa es lo peor? No te has visto la cara.Cuando Martín llegó se encontró a los dos niños acuclillados y magullados el uno al lado del otro. La mirada de Cris era entre el miedo y la culpabilidad, se levantó con la cabeza agachada y cojeó un par de pasos hasta caer en brazos de su padre.—Lo siento.—¿Se puede saber qué ha pasado? ¿Estáis bien? —preguntó asustado el hombre, arrodillándose frente a su hijo para examinarlo. Una vez que comprobó que las heridas no eran demasiado preocupantes, se giró en dirección a Hugo, que seguía con la cabeza gacha a un lado—. A ver, déjame que te mire —le pidió Martín, acercándose al chico—. ¿Os habéis peleado?—¡Han empezado ellos! —se apresuró a decir Cris—. Estaban molestando a Hugo, y… y… ¡tenía que defenderlo! —bramó Cris, añadiendo a su pequeño discurso el ágil y contundente mover de sus manos—. Pero… ¿tú por qué has vuelto al parque? —preguntó Cris.Hugo bajó la mirada algo aturdido. ¿Por qué había regresado? Su alto sentido de la justicia no le permitió otra cosa. Había regresado para pagar por los chicles que se habían llevado, y esos tres chicos lo habían acorralado para quitarle el dinero. Se sintió avergonzado.—Me olvidé algo allí… —dijo al final.—Está bien —les cortó Martín, mirándolos a ambos—. Cris, es genial que quieras defender a tus amigos, sin embargo, la violencia solo debe ser la última opción —dijo el hombre—. Parece que no es nada grave, pero vais a tener que decirme quién ha sido, ¿de acuerdo? Mañana iremos a comisaría.—Claro, papá —se apresuró a responder Cris. Le encantaba acompañar a su padre al trabajo—. Pero yo no sé quiénes eran.—¿Y tú? —preguntó Martín.—No los había visto nunca.Un escalofrío recorrió a Hugo de arriba a abajo, con la ropa pegada al cuerpo y el costado magullado, cuando quiso caminar, le costó un tremendo esfuerzo.—Bueno, olvidemos esto ahora —sentenció Martín enderezándose, se quitó la cazadora para cubrir con ella a Hugo—. Vamos a casa, al final te resfriarás.—Gracias —dijo el pequeño, enlazando la mano con la que el hombre le ofrecía.—Tendrías que haber visto a Hugo, papá, es suuuuuperfuerte.Sin duda, aquel sentimiento en medio del pecho era desconocido para Hugo. Por un lado, se sentía humillado por haberse caído al agua y enfadado por haber dejado que golpearan a Cris, pero, por el otro, sentía un extraño calor que nacía en la mano de ese adulto que lo acompañaba y se intensificaba cuando, desde el otro lado, Cris lo miraba con una gran sonrisa de satisfacción. Hugo descendió la cabeza con turbación.Los padres de Cris habían sido estos últimos años como una familia más para él. En eso pensaba al tiempo que se iba quitando, una a una, cada prenda empapada y con un extraño olor a mar, para dejarla en el cubo bajo el lavamanos, mientras el agua de la ducha tomaba temperatura.—¡Hugo! Te traigo un pijama —gritó Cris, abriendo la puerta de par en par.—¡Sal! —se quejó el chico, cerrando de golpe la mampara.—¡Ja! Ni que no te hubiera visto nunca desnudo —se burló Cris, que intentó abrir la puerta corredera con intención de meterse en la ducha con él.—¡No! ¡Fuera! —pidió Hugo, sujetando el cristal.De un tiempo a esta parte algo había cambiado en él, no solo en su cuerpo, sino en las reacciones hacia los demás. Se sentía algo avergonzado, un poco más pudoroso de lo normal. No sabía a qué era debido, pero con Cris era todavía peor.—Pero ¿por qué?—Porque lo digo yo.—Está bien, está bien —se rindió Cris, algo apenado—. Tienes un pijama limpio para ponerte, mamá dice que la cena estará en quince minutos.Por un momento, el baño se sumió en el silencio, solo roto por el sonido del agua de la ducha correr.—¿Te has ido? —preguntó Hugo, desde el otro lado de la superficie acristalada.—No.Hugo estaba algo confundido con lo que le pasaba, pero lo que sí tenía claro era que lo último que pretendía era que Cris se enfadara con él. Quería decir algo, aunque no sabía qué.—Oye… —empezó de nuevo Cris—. Antes, en el parque, no ha sido nuestra primera batalla ganada —dijo, con cierta tristeza en la voz—. Yo no he hecho nada. Puede que tú vayas a ser mejor superhéroe que yo.Cris se levantó del inodoro donde había estado sentado y se dirigió a la puerta que daba al exterior. A su espalda se escuchó el sutil sonido de la mampara al deslizarse.—Eso no es verdad Cris, los héroes son gente buena y amable que tienen un gran corazón. Yo… no conozco a nadie que sea más superhéroe que tú.Cris se giró y su mirada se clavó en los dos ojos azules que lo observaban desde debajo del agua. Sonrió de manera franca, una de esas sonrisas que salían directas del corazón.—Gracias —dijo feliz, antes de abandonar el baño.Capítulo 2ATRACTIVO COMO EL HIELO, DESLUMBRANTE COMO EL FUEGOCris escupió una cáscara de pipa y aceptó el refresco que uno de sus compañeros le pasaba. Desde el primer día de universidad, Ansel, Alex, Matt y él siempre estaban juntos, coincidían en las mismas clases, mataban las horas haciendo el capullo y, con Ansel, encima, compartía habitación. Eran los cuatro jinetes del Apocalipsis. Por donde pasaban, la liaban.Las clases habían terminado hacía un par de horas y, desde entonces, como buenos universitarios, estaban estudiando sin parar… la mercancía femenina que desfilaba frente a ellos.El tema de conversación principal de los cuatro solía ser el sexo opuesto. Era lo único que hacían: hablar y fanfarronear. Nada más. Tenían que admitirlo, eran los cuatro jinetes de la virginidad. Cris frotó la palma de su mano contra el pantalón antes de coger un nuevo puñado de frutos secos.—Eres un chulo de mierda —lo acusó Matt, recuperando el refresco.—De eso nada —se defendió Cris, entornando la mirada.No podía evitarlo, era su debilidad, su criptonita, siempre tenía que hacer cualquier cosa para quedar por encima de los demás. Era un don o tal vez una maldición. Odiaba que lo ningunearan o lo hicieran de menos, así que, si ellos decían dos, Cris soltaba tres.—Así que, ¿cualquier chica? —Ansel lo miró con insistencia, y Cris asintió con rotundidad—. Te crees capaz de ligar con cualquier chica sin importar el momento o la situación —repitió, para que quedara bien claro para todos, cual contrato verbal.—Puedo manejar a cualquier mujer.—No te apostarás nada, ¿no? —dijo Alex, alcanzando el paquete de pipas que compartían.—Lo que quieras —respondió con chulería Cris, pasando los dedos por sus rojos cabellos.—Está bien, si pierdes, pagas la primera ronda de la próxima noche de copas —propuso Ansel, alargando la mano con la esperanza de que Cris la encajara.—Hecho —convino este con decisión.Había caído en la trampa. Ansel soltó una risotada y con un gesto de su mentón indicó a todos que miraran en una dirección. Al otro lado de donde se encontraban pudieron ver a una preciosa chica. Su cabello largo y oscuro se movía con el aire, desde esa distancia se advertía que era menuda y muy bonita, era como una preciosa muñeca, justo el tipo de chica que le gustaba a Cris.—Fácil —dijo el chico, y su mirada se volvió retadora, dispuesto a que empezara el espectáculo.—¿Seguro? —preguntó Alex, intentando sofocar una carcajada—. ¡Fíjate bien!Entonces Cris miró con más atención en dirección a la pequeña belleza. No, la chica no parecía ser el problema, ¿entonces? La oscura mirada del pelirrojo se dirigió a su acompañante, el chico con el que la muchacha hablaba. Botas militares, largas piernas enfundadas en un vaquero ajustado, camiseta blanca entallada y una cazadora de cuero negra. Su piel era tan clara que deslumbraba e incluso a tal distancia podían apreciarse unos ojos tan fríos y azules como un trozo de hielo. Ese chico tenía un tipo de belleza aguda y helada imposible de obviar: Hugo.—Maldito hijo de puta —exclamó Cris, mirando a su compañero de habitación, sintiéndose traicionado.—Cualquier chica, en cualquier situación. Todos lo hemos escuchado —se rio Ansel, y buscó la afirmación de los demás—. Ahí tienes la chica y el momento es ahora —lo retó, con voz desafiante.—Déjalo, Ansel, no creo que se atreva —se burló Matt.¿Levantarle una chica a Hugo? Ya podía imaginar el foro de la universidad por la noche, ardería en llamas. Pero retractarse no era una opción. Todos lo observaban.Cris saltó del banco en el que estaba. Se sacudió los restos de cáscaras de pipas adheridas a su ropa y frotó las palmas de las manos en el pantalón. Se pasó los dedos por el cabello.Hugo lo intimidaba. Desde pequeño siempre llevaba el cartel de No me molestes pintado en la cara, aunque, al menos, se había abierto con él. No, no era solo eso, fue mucho más, durante años estuvieron el uno al lado del otro, llegó a considerarlo un hermano. Pero el maldito bastardo lo traicionó. Y justo después de su pelea, Hugo comenzó a ser mucho más sociable con el resto, hasta en cierto modo simpático y amigable, pero, si lo mirabas bien, a veces sus ojos desprendían el mismo halo amenazador que una bestia enjaulada, solo que había aprendido a disimularlo.Cris caminó sumido en sus pensamientos hasta acercarse a la pareja, no pudo escuchar muy bien de qué trataba su conversación, lo que sí confirmó fue que Hugo seguía como siempre, sus respuestas eran monosílabos o alguna corta intervención, como si le diera pereza extrema hablar más. Aquello no parecía haber cambiado. Cris tomó una bocanada de aire y de un salto se colocó entre los dos.

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