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Sinopsis de Ámame sin reservas novela

Reseña del libro Ámame sin reservas novela

Ámame sin reservas novela pdfÁmame sin reservas novela pdf descargar gratis leer online JoyreadContemporáneo
Urbano
Giro argumental
Amor y odio
Billonario/Billonaria
Posesivo
TorcidoCapítulo 1—Señor, solo necesito trescientos mil. Por favor… —suplicó Skylar Jones con la cabeza agachada, temblando de pie frente al hombre. Como consecuencia de la escasa iluminación, estaba envuelta en la oscuridad. Justo en ese momento, una figura alta y de hombros anchos se acercó a ella a paso lento. El hombre le agarró la barbilla y el pánico se apoderó de Skylar cuando se encontró con su mirada gélida e intimidante. Con el corazón en la garganta, tragó saliva con fuerza antes de continuar: —Sé que es mucho dinero, pe…pero de verdad lo necesito… Cuando el hombre la oyó decir que trescientos mil era mucho dinero, las comisuras de sus labios se arquearon en una sonrisa que reveló su sangre fría. De un momento a otro y tomándola desprevenida, Skylar se vio arrastrada a sus brazos. Y en apenas unos segundos, el agradable aroma del sándalo blanco invadió sus sentidos, casi ahogándola. Al siguiente instante, su fría voz sonó sobre su cabeza y la devolvió a la cruda realidad. —¿Cómo esperas que te crea? Bueno, ya sabes lo que dicen, hablar es gratis… Aunque se asustó mucho, Skylar reprimió el miedo que le atenazaba el corazón y respondió: —Pruébalo. Si descubres que estoy mintiendo, te devolveré todo el dinero. En el momento en que terminó de hablar, una palma fría como una tumba le apretó la nuca, helándola hasta los huesos. Se revolvió contra él por instinto, tratando de escapar, pero el hombre solo apretó aún más su agarre alrededor de su cintura con la mano que le quedaba libre. Entonces, dejó de luchar, sin atreverse a mover un músculo. Esa era la única manera de conseguir el dinero para los gastos médicos de su novio, Jeremy. En el momento en que ella se quedó quieta, el hombre acarició su cara con la palma de su mano mientras comentaba en voz baja y ronca: —¡No me interesa ensuciarme las manos verificándolo! En ese momento, la puerta de la habitación se abrió desde el exterior. Un destello enceguecedor, seguido de los pasos de lo que parecía un ejército de soldados, atravesó la puerta. Varios hombres vestidos con trajes negros atropellaron aquella tenue habitación mientras caminaban en una ordenada formación. Los ojos de Skylar se abrieron de par en par, y se volvió para mirar al hombre oculto en las sombras. Bajo las suaves luces, pudo distinguir apenas sus rasgos cincelados y la sonrisa que se dibujaba en sus labios, los cuales daban la impresión de ser bastante suaves. Le temblaba la voz cuando argumentó: —Teníamos un trato. ¿Qué pasa ahora? Discúlpeme, señor, ¡pero hay que ser honesto cuando se hacen negocios! Así que olvídelo. El trato queda cancelado. Sintiéndose un poco irritado, el hombre agitó la mano con una expresión gélida en su rostro. Entonces, Skylar, que seguía luchando, fue arrastrada a la fuerza por los hombres de negro. En un quirófano, la sujetaron a la mesa de operaciones con su dignidad hecha trizas. La baja temperatura del lugar la hacía sentir como si la hubieran arrojado a una caverna helada. Estaba tumbada en la fría mesa, aturdida y sin fuerzas, y solo su mente estaba despierta. «¿Qué me van a hacer? ¿Es este el final? ¿Voy a morir así?», pensaba. El terror corría por sus venas mientras esas ideas se agitaban en su cabeza. Poco a poco, su respiración se debilitó. Con todo el valor que pudo reunir, gimió: —¿Me vas a quitar el riñón? ¿O el hígado? Para que lo sepas, ninguno está en buen estado. Los resultados de mi examen físico incluso indican que tengo un hígado graso. Sin embargo, las dos mujeres de bata blanca no respondieron. En ese momento, Skylar sintió ganas de llorar mientras se lamentaba en silencio: «¿En qué me he metido? Solo quería ganar dinero, pero ¿por qué es tan difícil? Por qué algunas personas lo tienen fácil, mientras que yo…» Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando las puertas automáticas del quirófano se abrieron y alguien entró. Una de las mujeres con bata blanca asintió a Tobías Ford: —Sr. Ford, ella está bien. —Sr. Ford… Al oír sus voces, Skylar se esforzó por sentarse, pero solo se había levantado a medias cuando un médico la empujó de nuevo a la mesa de operaciones. Se estremeció cuando la frialdad volvió a atravesar su piel. Bajo el intenso resplandor de la lámpara quirúrgica, por fin pudo ver con claridad el rostro del hombre. Su expresión era fría, distante y desprovista de emociones, como una escultura de hielo; sin embargo, sus ojos brillaban con autoridad. Su mirada penetrante la hizo temblar de miedo, pero para su sorpresa, su voz sonó tierna cuando habló: —¿Está preparada, Sra. Jones? En ese momento, Skylar estaba tan tensa como un arco, y sus músculos se pusieron rígidos por lo inquieta que se sentía. Sin embargo, cerró los ojos con resignación y enseguida le llegó a la mente la imagen de su amado prometido tumbado en la cama del hospital, con un aspecto pálido y enfermizo. Solo entonces pudo adormecer su miedo. No estaba traicionando a Jeremy. Todo lo que estaba haciendo en ese momento era asegurarse de poder vivir con el amor de su vida para siempre. … Antes de la intervención, el hombre se sentó en el borde de la mesa de operaciones y colocó sus brazos a ambos lados de la cintura de ella mientras pronunciaba en voz baja: —Me llamo Tobías Ford. No lo olvides nunca. Sin embargo, la mente de Skylar era un caos en ese momento, y ni siquiera quería estar allí; mucho menos saber el nombre de ese hombre. De hecho, esperaba no volver a verlo después de esa noche. —Um… ¿Tiene que ser aquí? Incluso el pabellón es mejor que este lugar. Si no, vas a tener que pagarme más… —pronunció Skylar, forzando esas palabras a través de sus dientes apretados. Se agarró al brazo de Tobías, temblando despacio. —Bien… —aceptó Tobías con voz grave y ruda. Esa chica le resultaba intrigante porque, incluso en un momento así, no olvidaba su objetivo. Entonces Skylar cerró los ojos y bloqueó todos sus sentidos. Después de un largo rato, el quirófano quedó en un silencio inusual. Una vez terminada la operación, Tobías miró fijo a la chica que se había desmayado y parecía inerte en la mesa de operaciones. Su rostro seguía enrojecido por lo ocurrido antes, y su respiración seguía siendo rápida y superficial. Ignorándola, su mirada se dirigió al paño blanco que cubría la mesa de operaciones. Aquella mancha roja y deslumbrante parecía un pimpollo de ciruelo florecido sobre un manto de nieve; era un espectáculo seductor. Anoche, esa chica había perdido su virginidad con él.

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