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Sinopsis de ¿A qué huele la nieve? de Cristina Barea
El argumento del libro ¿A qué huele la nieve? de Cristina Barea :
¿A qué huele la nieve? de Cristina Barea pdf¿A qué huele la nieve? de Cristina Barea pdf descargar gratis leer onlineUnos meses en Edimburgo, una familia con secretos y un futuro que decidir cuando el corazón te dicta todo lo contrario. Nada podía preparar a Carla para lo que se le venía encima.Tras una llamada de teléfono desde Edimburgo que le informa que su abuela Marisa ha muerto, se ve obligada a abandonar Barcelona y aceptar la herencia de una mujer con la que no tenía relación.Allí se encuentra con Bonnie Lass, una casa en ruinas; una familia a la que no conoce; y un hombre de ojos verdes que se interponen en su camino.La vida de Carla da un giro de 180º en cuestión de días. Pero, a medida que pasan las semanas se va sintiendo más como en casa.¿Qué secretos se ocultan tras Bonnie Lass? ¿Dónde decidirá su corazón quedarse? Prólogo—Mi abuela ha muerto —susurré.Y probablemente lo primero que se te haya pasado por la cabeza sea: «Pobre, acaba de perder a su abuela».—¿Cómo que me ha dejado parte de su herencia?A lo que dirás: «Qué suerte. Al menos tiene algo con lo que recordarla».Pues las cosas no son tan bonitas como una se puede imaginar.Unos días atrás, recibimos una llamada al teléfono fijo de casa, ese que ya nadie usa. Extrañada, fui hacia la mesita donde se encontraba. Mi hermano pequeño se pasa todo el día con la música a todo volumen y mis padres estaban trabajando, así que no era de extrañar que fuese yo la primera en contestar. En esa llamada, una persona desconocida, en un idioma que no era el mío, me comunicaba que la señora Marisa Reyes había fallecido.Yo me llamo Carla Reyes, por lo que los lazos sanguíneos me unían a esa señora, pero nada más. Había oído algunas historias sobre ella, a pesar de nunca haberla visto en carne y hueso. Bueno, en realidad sí que la había visto, pero por ese entonces era muy pequeña y dudo que eso se pueda contar como conocer, ya que no recuerdo nada.Mi abuela se mudó al extranjero muy joven y allí formó una familia con un hombre escocés con el que nunca se casó. Ella siempre mantuvo su apellido, orgullosa de ser española, y traspasó la herencia a sus hijos. Estos fueron mi padre Alberto y mi tío Augusto. Ambos decidieron mantener su educación en España y dejar atrás Escocia cuando eran apenas unos adolescentes. Desde entonces, pocas habían sido las visitas de mis abuelos.Cuando yo tenía dos años, mi tío Augusto se casó, de ahí que mis abuelos vinieran al país. Después de aquello, Marisa dejó de venir excusándose por los achaques de la edad y porque mi abuelo se sentía como pez fuera del agua en la familia.Hoy por hoy, Marisa Reyes es una señora cuya cara conozco por fotos y cuya personalidad por palabras.Tras la llamada inesperada, mi familia y yo nos pusimos rumbo a Edimburgo.—Mamá ¿has vuelto a cogerme las deportivas? —grité desde mi habitación en la segunda planta de nuestro dúplex en Barcelona.—¡¿Qué?! —gritó ella a pleno pulmón.—¡Que si me has cogido las deportivas negras otra vez!A veces, lo de vivir en un piso multiplicado por dos era un auténtico tostón. Cierto es que no me podía quejar de la amplitud de mi habitación, pero odiaba tener que hablar a gritos cada vez que quería algo. La comunicación era horrible. Por no hablar del tráfico que te despertaba todas las mañanas.A mis veintitrés años, seguía viviendo con mis padres y sin saber qué hacer. Habiendo acabado la carrera de Derecho, lo correcto hubiera sido trabajar para el despacho de abogados de mis progenitores. El problema era que, sinceramente, odiaba Derecho. Siempre seguí los pasos de mis padres en todo y no me paré a pensar en lo que yo quería de verdad. Y ahora aquí me tienes, con un cuarto de vida perdido y sin idea de qué hacer en los tres restantes.Oí unos pasos descalzos acercarse a mi habitación y vi la cabeza de mi madre asomar por la puerta entreabierta. Entre las manos traía las deportivas impolutas.—Aquí tienes. Las usé esta mañana para salir a comprar los bocadillos para el viaje.—El vuelo Barcelona-Edimburgo no dura ni tres horas, mamá. Podemos comer algo allí—. Mi madre siempre ha sido la típica madre española que lleva de todo por si acaso.—Ya lo sé, pero cuando a mitad del vuelo veas que son las tres y media y tengas hambre, ya me agradecerás los bocadillos de filete empanado que tanto te gustan—. La verdad sea dicha, siempre han sido mis favoritos.Habían pasado pocos días desde aquella llamada y nos preparábamos para el gran viaje. Había llenado la maleta hasta arriba. Supongo que en ese sentido siempre seré como mi madre. ¿Qué se lleva una a un país en el que nunca ha estado y cuyo tiempo meteorológico no conoce? En septiembre no hace mucho frío aún, pero estamos hablando del país del mal tiempo.Mi maleta llevaba desde ropa de diario hasta de deporte. Botas recubiertas por si nevaba, pero también algo más ligero para el día a día. Lo que sí abundaban eran los jerséis gordos de lana para evitar que el frío se me colase por los riñones. Y, por supuesto, el abrigo amarillo que me acompañaba siempre en cuanto las temperaturas empezaban a bajar.Creo que no hace falta contar el número de bragas, sujetadores y calcetines que llevaba. Soy una chica previsora y el vuelo tenía fecha de ida, pero no de vuelta. No sabíamos el panorama con el que nos íbamos a encontrar allí. Por suerte, a mis padres nunca les ha faltado el dinero gracias a sus trabajos y no teníamos problema con reservar un vuelo de última hora.Justo cuando me estaba montando encima de la maleta para poder cerrar la cremallera, mi móvil sonó con un timbre personalizado que pertenecía al chat de grupo de mis amigas más cercanas. El primero era un audio de Elisabeth, mi compañera de clase desde que teníamos 5 años.Elisabeth:Tía, espero que te lo pases súper bien por el norte y que encuentres muchos pelirrojos con ojazos y nos mandes muchas fotos. Quiero sentir envidia pura de ese viaje y sabes que me iría contigo si no fuera porque es un viaje familiar.El segundo era otro mensaje de audio de Sara, compañera de clase de universidad, que se unió a mi grupo desde el primer día, haciéndonos todas inseparables:Sara:Elisabeth ¿por qué tienes que pensar siempre en lo mismo? No sé si recuerdas que el viaje de Carla no es por puro placer, sino porque tiene que arreglar papeles por la muerte de su abuela. Eli, la muerte de SU abuela.La verdad es que a veces no entiendo cómo somos amigas. Por cierto, siento mucho lo de tu abuela Carla.No era la primera vez que me daba el pésame desde que había ocurrido. Y a pesar de que sabía que su muerte ni me iba ni me venía, nunca eran suficientes «lo siento».Sara siempre ha sido la centrada del grupo y la verdadera futura abogada. Sus cortes parecen ser bordes, pero sus intenciones son buenas y todas sabemos que no lo hace a malas. Elisabeth y ella siempre bromean con dejar de ser amigas.Y, por último, el tercer mensaje no era de audio, sino de texto, de mi mejor amiga y vecina de casi toda la vida, Carlota. Sí, no solo compartimos nombre, sino que parecemos gemelas desde la raíz del cabello hasta la punta de los pies, a excepción de las gafas de pasta que ella lleva y yo no.Carlota y yo nos conocimos cuando mi familia y yo nos mudamos al dúplex a mis 7 años. Mi hermano Rubén solo tenía 2 años en ese momento, al igual que su hermana pequeña, Rocío.Carlota:Nena, mucho cuidado por allí. Estoy trabajando y no puedo mandarte un audio ahora mismo. Ya sabes que tienes que avisarnos en cuanto el avión toque tierra. Mantennos informadas de todo, te deseo mucha suerte.Lo siento de nuevo por tu abuela, aunque ya sé que vuestra relación no era muy estrecha. Espero que todo se solucione rápido y puedas volver a la tranquilidad. Un besito y mucha mierda.Carlota se dedicaba a dar clases particulares de matemáticas a niños de secundaria. ¿Se puede considerar un trabajo? Se puede. ¿Te da de comer? No. Carlota llevaba viviendo con sus padres, como yo, toda la vida. Se sacaba un dinero extra como podía, pero hasta que no aprobase las oposiciones, no iba a poder trabajar como Dios manda.Yo:Chicas, muchas gracias.Os mando un abrazo muy fuerte a todas y tomo nota de todos vuestros mensajes. Ya sabéis que vosotras también tenéis que mantenerme informada de todo lo que pasa por Barcelona mientras yo no esté por allí.Adjunto foto de mi estado actual: Misión imposible 3: intentar cerrar esta maleta. Ya me conocéis, no me dejo nada atrás. Eso sí, espero que no llueva mucho porque solo llevo un paraguas plegable que es el único que he conseguido que quepa.Este fue el último mensaje que compartí con las chicas antes del vuelo.¿Que si conseguí cerrar la maleta?La duda ofende.Capítulo 1CarlaLlegamos al aeropuerto con las dos horas de antelación reglamentarias para poder facturar las maletas con tiempo de sobra. Un café de Starbucks hacía compañía a mi mano izquierda, mientras la otra arrastraba la maleta.No estábamos acostumbrados a viajar mucho. Mis padres siempre estaban ocupados con su trabajo y no solían tomarse vacaciones por eso de que eran autónomos. Se podrían haber permitido algunos días para pasar unas vacaciones con sus hijos, pero en su lugar nos daban dinero a mi hermano y a mí para que nos buscásemos las nuestras propias. A mí no me gustaba coger ese dinero y prefería utilizar mis ahorros para buscar algún vuelo lowcost de higos a brevas.A pesar de no pasar mucho tiempo con mis padres, mi hermano Rubén y yo sí que somos inseparables. De pequeños hacíamos fiestas de pijamas los fines de semana y nos dormíamos juntos a las tantas de la noche. Lo bueno de vivir en un dúplex en el que tus padres duermen abajo y tú arriba es que no se enteran de las trastadas que haces en mitad de la noche.—Alberto, cariño, saca los billetes que luego nos ponemos a hacer tapón entre toda la gente y paso mucho apuro.—Beatriz —Mi padre solo llamaba así a mi madre cuando lo ponía de los nervios, y cuando salíamos todos juntos ocurría muy a menudo—, la cola del mostrador casi da la vuelta al aeropuerto. Por mucho que saque las tarjetas de embarque ahora y los pasaportes, hasta dentro de al menos una hora no nos van a atender.—Pero no se te van a caer las manos por llevarlo todo preparado, ¿o sí? —Los mofletes de mi madre estaban empezando a colorearse de un tono carmín.—Mamá, Rubén y yo vamos a sentarnos por allí— Señalé con el dedo—, y cuando sea nuestro turno nos avisáis, ¿vale? —No me apetecía quedarme más de una hora de pie, escuchando a mis padres pelear, nerviosos por el vuelo y por lo que se avecinaba en Edimburgo.—Ni se os ocurra moveros de aquí. ¿Qué pasa si nos toca y no estáis? No me voy a poner a buscaros por todo el aeropuerto, os quedáis en tierra.—Llevamos nuestros móviles, mamá. Ya sabes que es otro de mis apéndices—. Mi hermano Rubén, como ojito derecho de la familia, siempre ha sabido cómo ganarse a nuestra madre.Antes de que mi padre diese la razón a mi madre con tal de no escucharla, o antes de que mi madre estallara en cólera, Rubén y yo dejamos nuestras maletas y corrimos hacia la otra punta del aeropuerto, Rubén siempre por delante mía.Aunque siendo cinco años menor que yo y tener ambos genes de personas altas, parece que la genética se rio de mí. Mi hermano Rubén no solo me saca más de veinte centímetros, sino que tiene los ojos y el pelo claro. Pese a tener solo 18 años, podía pasar por el mayor.¿Yo? He sacado el pelo oscuro y los ojos castaños, y con una zancada que no es ni la mitad de la de mi hermano.No es que no estuviese contenta conmigo misma, pero si me comparasen con mi hermano, cualquiera pensaría que somos dos desconocidos que no comparten ni un 1 % de ADN.—Qué te apuestas a que papá me acaba cediendo el asiento al lado de mamá —comentó mi hermano.Le di un sorbo a mi café olvidado que estaba empezando a enfriarse.—Qué asco, ¿cómo puedes beberte eso así, sin nada? Ni leche, ni azúcar, eres un bicho raro—. Las caras de asco de mi hermano eran para partirse de la risa.Ya sabes que siempre fui la oveja negra de la familia. —Le guiñé un ojo, dándole otro sorbo al café solo.—Hablando de la oveja negra carraspeó, ¿cuándo vas a dejar de poner excusas y decirles a papá y mamá que no quieres trabajar para ellos?La presión era cada vez mayor. Debería haber terminado la carrera el año pasado, pero con algunas asignaturas pendientes y el trabajo de fin de grado decidí hacer un año extra. Y después puse la excusa de que necesitaba un año sabático para descansar y encontrarme antes de hacer el máster que pondría el último clavo a mi ataúd.Cuando comencé la carrera no sabía en lo que me metía y, obviamente, acabé quemada. Me había pasado cinco años estudiando algo que no me gustaba y había costado horrores aprobar. Ahora, no quería ver ni una sola ley más sobre papel en lo que me quedaba de vida. El problema era que el tiempo iba pasando, el reloj iba haciendo tic tac y yo me quedaba sin excusas que poner a mis padres. ¿Me desheredarían si les dijese que no quiero ser abogada?—Claro, como el señorito sí quiere ser abogado y trabajar para sus papás, él no tiene problemas —solté con ironía.Mi hermano estaba a punto de empezar la carrera de Derecho que le llevaría al mismo sitio en el que me encontraba yo en ese momento, con la diferencia de que él sí haría el máster y sí trabajaría para nuestros padres con gusto.—Deberías plantar cara al problema cuanto antes. Ya sabes lo poco que les gustan a papá y mamá los secretos. Son más de tenerlo todo controlado.—Ese es el problema. Si no quiero seguir sus pasos, no tendrán nada controlado y acabarán implosionando.—Y si no quieres seguir sus pasos, ¿qué es lo que planteas hacer con tu futuro? —Levantó las cejas.Aquella era la pregunta del millón. ¿Qué iba a hacer con mi vida? Nunca me había puesto a pensar en lo que quería ser de mayor, siempre pensé que querría ser abogada. Obviamente, me equivocaba.No soy buena dibujando ni tocando instrumentos, o al menos nunca lo he intentado lo suficiente. Tampoco se me dan bien los números o las ciencias. Quedaría descartado ser profesora o dedicarme a algún tipo de medicina. ¿Y las letras? Los idiomas no son algo que me apasione. Se me dan bien, pero porque no me queda más remedio. Naciendo en Barcelona aprendí el español y el catalán. Y con familia de ascendencia escocesa, el inglés.Todo era un caos total.Mi hermano, viendo que no quería hablar más del tema, ya que siempre acababa de bajón tras nuestras conversaciones sobre ello, decidió tomar otro rumbo.—¿Crees que la abuela tenía dinero? ¿Nos habrá dejado una buena herencia? —Justo en ese momento vibró su móvil con un mensaje de nuestra madre que nos avisaba de que teníamos que volver a la cola.—No lo sé, pero dudo que nos haya dejado mucho a nosotros.Llegando a la cola donde nuestros padres nos esperaban nos dimos cuenta de que, al menos, quedaban otros veinte minutos antes de ser atendidos. Miré a mi hermano que ponía los ojos en blanco mientras daba la espalda a mi madre. El tema quedaba zanjado.Una vez terminado el check-in y la facturación de nuestras maletas, con un cobro extra en la de mi madre por superar el peso permitido, nos dirigimos hacia la cola de registro. Al pasar por las barras de detección, el escáner pitó y las luces se pusieron rojas sobre mi cabeza, pero más roja se puso mi cara.—Pase por aquí, señorita.Me puse a un lado con los brazos en cruz mientras una muchacha joven me pasaba el escáner portátil para asegurarse de que no llevaba nada encima. Siempre me solían pasar estas cosas. Si no era el escáner del aeropuerto, era el de salida de una tienda de ropa, haciendo que me muriera de la vergüenza a pesar de ser totalmente inocente.Mi hermano, que iba detrás de mí, pasó sin problemas y se puso a reír a carcajadas viendo mi cara. Menos mal que el cacheo terminó rápido y pudimos seguir hacia adelante con el vuelo cuya hora de embarque era entonces dentro de solo 10 minutos.Una vez en el avión, mi padre dejó pasar a mi madre al asiento de la ventanilla derecha, pero no se sentó a su lado.—Hijo, ¿te importa sentarte con tu madre? Ya sabes que no me gusta el asiento de pasillo.Rubén accedió y volvió la cabeza hacia atrás para mirarme y poner cara de te lo dije.Teníamos asientos en primera clase, con dos sillones bien acolchados a cada lado del pasillo para poder pasar un vuelo de la forma más cómoda posible. Cierto es que esto era cosa de mis padres, siempre actuando como si fuesen parte de la aristocracia. No me hubiera extrañado que, al aterrizar, en vez de coger un taxi, una limusina nos recogiese en la misma pista de aterrizaje.—¿Todo bien cariño? —preguntó mi padre al ver mi cara pensativa.—Sí, solo un poco nerviosa con lo que nos espera en Edimburgo. ¿Y si no somos bien recibidos? —Aunque hubiésemos recibido una llamada avisando del fallecimiento de Marisa, no teníamos por qué presentarnos allí, nadie nos había dado vela en aquel entierro, literalmente.—No nos va a echar. Al fin y al cabo, es de mi madre de quien estamos hablando. Ya sé que su relación conmigo no ha sido nunca muy cercana, pero tenemos que hacer esto y despedirnos de la forma correcta.Mi padre intentaba sonar seguro de sí mismo, pero yo sabía que detrás de esa fachada estaba asustado porque tendría que plantar cara a la familia y amigos a los que no había visto en años.Al cabo de dos horas y media, tras lo que parecían haber sido algunas turbulencias, un atajo aéreo y un bocadillo de filete empanado, aterrizamos en suelo escocés. Y… estaba lloviendo. Lo primero que hice fue activar el roaming y hacer saber a las chicas que había llegado sana y salva.Un coche contratado previamente nos recogió a la salida y en menos de media hora estábamos en la puerta de nuestro hotel. Todo el trayecto había estado rodeado de paisajes verdes y cielos grises.—¿Cómo voy a ir yo con estos zapatos por la lluvia? Son Louis Vuitton. —Se quejaba mi madre mientras íbamos en el coche.—¿Has avisado a Carlota de que hemos llegado? —preguntó mi hermano aparentando normalidad.—¿A qué viene tanto interés en Carlota? He avisado a mis amigas, para tu información. —Entrecerré los ojos.—Es que Rocío lleva sin móvil desde hace un par de días por culpa de su torpeza y era para que supiera que ya estoy aquí —dijo para que solo yo lo oyera.Rocío era la hermana pequeña de Carlota. ¿Qué tenía que ver con mi hermano? Nunca los había visto juntos, ni siquiera estudiaron en el mismo colegio.—¿A qué viene esto ahora? ¿Qué tramas Rubén Reyes de la Cruz? —Siempre había odiado su nombre completo porque solo lo utilizaba mi madre en caso de que la hubiera liado bien gorda.—No es de tu incumbencia, pero me gusta. Hace poco que hemos reconectado y podría incluso decir que me estoy enamorando.Fantástico, mi hermano pequeño enamorado. ¿Algo más en lo que me superase? Pongamos las cosas claras. En el pasado había tenido relaciones con chicos, incluso con alguna chica había habido algo, pero no me había enamorado nunca. Seguía esperando el flechazo del que todos hablan en libros y películas, el tipo de amor que veía en los ojos de Rubén al hablar de Rocío.No había nadie en mi radar, ni lo había habido en los últimos dos años de mi vida. Se podría decir que había vivido tiempos mejores y que no estaba en mi apogeo.Mis amigas tenían sus pequeños trozos de éxito amoroso. Elisabeth era la típica que disfrutaba del amor en todas sus formas y sin compromiso alguno; Sara llevaba tres años con su primer novio serio y la cosa iba para largo; y Carlota estaba conociendo a alguien. Estas palabras eran misteriosas para nosotras, porque no teníamos ni idea de lo que significaban. Ella siempre ha mantenido sus cosas en secreto.—Solo te digo que tengas cuidado y no vayas a andar partiendo corazones. Rocío es nuestra vecina y la hermana pequeña de mi mejor amiga. Como la líes, te mato. —Era una amenaza vacía. Ambos sabíamos que, si Rubén se había tomado el tiempo y la molestia de conocer a Rocío, la cosa iba en serio.—Puedes estar tranquila. El que saldría peor parado de una ruptura en este caso sería yo.Viendo la mirada de seriedad de mi hermano lo creí y me sentí mal por él. ¿Por qué en las relaciones siempre tiene que haber uno que dé más que otro? No es justo, porque cuando las cosas acaban uno se va de fiesta a celebrarlo mientras la otra llora en su casa, comiendo helados de vainilla con caramelo y viendo Sexo en Nueva York una y otra vez, imaginando que su vida es tan maravillosa como la de Samantha.Juro que no hablo desde la experiencia.Finalmente, salimos del coche y observamos la fachada de un hotel que se diferenciaba del resto de edificios colindantes por el logo que sobresalía alumbrando la calle y por el toldo verde que nos refugiaba de la lluvia. Mientras el conductor con la ayuda de mi padre sacaba las maletas, el resto nos acogíamos al calor que desprendía la calefacción de la recepción, traspasando las puertas transparentes que se abrieron sin necesidad de tocarlas. Me alegré de haber traído ropa de puro invierno porque el frío de ese país parecía no ser el mismo que el de casa. Y solo estábamos en septiembre.En el mostrador de recepción nos atendió un señor de mediana edad que no hablaba nuestro idioma. Por suerte, mi padre entró en ese momento, dejando las maletas atrás en un carrito amontonadas, y se puso a gestionar la reserva de ambas habitaciones. Yo podría haberlo hecho también, pero mi padre, siendo bilingüe, suele ser el que se encarga de hacer todo el papeleo necesario. Es lo bueno de tener padres que saben de leyes y de idiomas, que te quitan un peso de encima con las responsabilidades del mundo adulto.El señor, en cuya placa se leía el nombre de Charles, nos dio una tarjeta a cada uno, pero que llevaban solo a dos habitaciones diferentes. Pronto descubrimos que estaban puerta con puerta la una de la otra. Oí protestar a mi madre por la propina que le había dejado mi padre al chófer mientras entrábamos a las habitaciones. Las voces fueron amortiguadas por el sonido de las puertas cerrándose y una pared de por medio.—Vaya, no se han quedado cortos —comentó mi hermano mientras daba un silbido al entrar en la habitación.Las vistas no eran de las mejores, ya que los edificios en Edimburgo, según había visto en el camino en coche, estaban muy pegados entre sí. Las ventanas eran del tamaño justo para dejar pasar un poco de luz por las mañanas, si es que las nubes decidían darnos un respiro en algún momento. A pesar de esto, el resto de la habitación era bastante impresionante.Tenía un pequeño descansillo que daba pie al salón. Un par de puertas francesas a ambos lados de la sala daban a los dormitorios que tenían su propio vestidor y baño. Entré en uno de ellos seguida por Rubén. Había una enorme bañera de hidromasajes que ocupaba media estancia y una ducha para dos personas en el lateral izquierdo.—No sé tú, pero yo me voy a pasar todos estos días metido en la bañera con la música a toda pastilla —dijo mi hermano con una sonrisa de oreja a oreja.—A mí me da igual lo que hagas, como si quieres dormir ahí dentro, pero utiliza auriculares, por favor.Me quedé con esa habitación y Rubén se fue a la opuesta. No teníamos nada que hacer hasta el día siguiente que era el funeral por lo que, dadas las horas, decidimos pedir la cena a la habitación.Con un «buenas noches» nos fuimos pronto a la cama. Envié a mis amigas unos mensajes con actualizaciones sobre mi situación y me quedé dormida en dos minutos.ReedAprovechando que tenía unos días libres, me dirigí a la recepción de mi hotel habitual en el centro de Edimburgo. Era hora de seguir buscando casa mientras Carian me daba un respiro. No me había contactado desde que me fui hacía un par de días y eso era algo bueno.Entrando al hotel, con la diminuta maleta trolley en una mano, me pareció vislumbrar una sombra de color amarillo chillón acompañada por otra bastante alta. No tuve tiempo de ver nada más pues Charles, el recepcionista, me tendió la llave de la habitación de siempre mientras me daba conversación preguntándome por cómo me iba todo.Frecuentaba mucho ese hotel, últimamente más de lo normal. Tenía por costumbre alojarme allí cuando tenía reuniones de trabajo o proyectos que no me permitían trabajar a distancia. El hecho de no vivir cerca del centro no era ideal y era hora de volver a la zona donde me había criado.—Alberto, esa propina era inapropiada. Ya sabes que no somos ricos. —Fue lo último que oí antes de entrar en mi habitación.Puedo asegurar que, si esa señora tenía dinero para alojarse en ese hotel, no le supondría problema el darle al taxista una propina generosa.Capítulo 2Carla—Buenos días, ¿qué tal habéis dormido?Mis padres estaban ya sentados en la mesa cuando mi hermano y yo llegamos a la zona del restaurante del hotel. Me costó un poco levantarme esa mañana y pospuse el despertador tres veces. No fue hasta que Rubén entró en mi habitación que finalmente salí de la cama. Tras una ducha rápida, me puse algo cómodo y bajamos juntos.El funeral no era hasta la hora del almuerzo, por lo que teníamos un poco de tiempo para prepararnos correctamente y planear el resto del día. Me senté en la silla frente a mi padre y me percaté de que él ya iba por la segunda taza de café. Compartíamos vicio. Mi madre, al contrario, había optado por un zumo de naranja que apenas había probado.Había algunos platos vacíos alrededor de los que antes contenían comida, mostrando que ya llevaban un rato desayunando cuando nos unimos a ellos.—Estupendamente. Aquí la bella durmiente creo que ha dormido mejor que nunca. ¿Cuántas horas seguidas han sido esta vez?—No me juzgues, que ayer fue un día agotador. Además, el cambio de hora me tiene trastocada.—Pero si es solo una hora menos que en Barcelona. Qué me estás contando, Carla.No me refería al cambio de hora en sí, sino a todos los ajustes que habíamos tenido que hacer con diferencia a Barcelona. Por ejemplo, ¿qué me dices de que a las cinco de la tarde ya sea de noche? A esa hora yo estoy todavía haciendo la digestión del almuerzo. Por no hablar de la hora a la que amanece.—Ya sabes a lo que me refiero. No estoy acostumbrada a madrugar tanto.—A tu padre también se le han pegado las sábanas —dijo mi madre llevando su mirada a las dos tazas de café de mi padre.—Hija, parece que hoy estos dos la han tomado con nosotros, ¿verdad? —dijo mi padre con un guiño y una sonrisa.Sinceramente, siempre he creído que soy hija solo de mi padre. Eso que dicen de que los hijos siempre son mitad y mitad no creo que sea verdad. Eso es, si no tenemos en cuenta que tengo el mismo pelo castaño que mi madre. Pero el pelo castaño es algo muy común, ¿quién dice que lo he sacado de ella y no ha sido algo de la genética ancestral de mi padre? Bueno, vale, los rizos también son de ella. Y, a lo mejor, mi impaciencia con algunos temas.Está bien, siempre he sido hija de mi madre y de mi padre.Puse los ojos en blanco mentalmente tras mi monólogo interno y me volví a unir a la conversación.—¿Alguna recomendación?—Un poco de todo y listo.Rubén se levantó y con un gesto de cabeza me indicó que le siguiera. Tomamos un plato cada uno y nos fuimos hacia las mesas de comida de las cuales podíamos coger lo que quisiéramos. Era complicado elegir entre tan amplia variedad de alimentos. Había todo tipo de frutas, dulces, panes y bebidas.Al final me decanté por un croissant de chocolate, un par de tostadas de pan de molde, unas rodajas de pavo, huevos revueltos, yogur natural, leche con cereales de chocolate, sandía, un zumo de naranja y un café, y me dirigí a la mesa. Si piensas que es una barbaridad, tendrías que haber visto la bandeja que traía mi hermano con múltiples platos hasta arriba de cosas variadas.—Con sueño no sé, pero con hambre no os vais a quedar. —Mi madre estaba acostumbrada a nuestros apetitos y le gustaba bromear con ello.—Hay que tener el estómago lleno para hacer frente a lo que nos espera hoy —susurró Rubén para sí, pero queriendo que toda la mesa lo oyera.—Ya que estamos todos presentes, vamos a repasar el día de hoy —Con un sorbo final de su café, tumbando la cabeza hacia atrás para beber hasta la última gota, mi padre dejó la taza sobre la mesa con un golpe sonoro—. Ya sabéis que los entierros de aquí no son como los que nosotros solemos tener en nuestro país. Según me ha informado Claire, habrá una pequeña recepción en la casa de Alistair, vuestro abuelo, justo después de la despedida de Marisa.Era extraño oír a mi padre referirse a mis abuelos por su nombre de pila, pero también era extraño oírle hablar de ellos a secas. Lo poco que sabía de mi abuela era porque mi tío Augusto nunca ha tenido ni pelos en la lengua ni miedo a nombrarla. ¿De mi abuelo? Nada.—¿Quién es Claire? —preguntó mi madre con cara de pocos amigos.—Ya sabes, una antigua conocida, la misma que nos comunicó el fallecimiento —Se refería a aquella que me comunicó a mí que Marisa había muerto—. He preferido que obviemos la reunión en el cementerio y presentarnos directamente en casa del abuelo para las presentaciones correspondientes. No me apetece tener que estar en el cementerio hablando con todo el mundo y dando explicaciones mientras hay miradas por parte de todos.—Pero ¿no sería mejor despedirse de la abuela al menos?—La abuela tuvo su momento en vida para despedidas. Si ella no las hizo cuando correspondía, yo no las voy a hacer cuando lo único que voy a poder ver es una caja de pino metida en un hoyo.—Alberto —advirtió mi madre.—No, Bea. Ya sabes lo que opino de todo esto. Fue mi madre porque me parió, pero no puso empeño en nuestra relación, y no hay más que hablar.Mi padre nunca nos había contado la realidad de lo que ocurrió entre él y la abuela. Es por eso por lo que, al ver estas reacciones, tanto Rubén como yo siempre nos sorprendíamos. Augusto sí supo guardar ese secreto y, puesto que el tema nunca había salido porque se forzaba a que siguiese enterrado, yo seguía en la ignorancia. Quizás esos días en Edimburgo, el supuesto hogar de mi abuela, me ayudasen a abrir ciertos cajones.Después del desayuno, que al final acabamos comiendo Rubén y yo solos mientras mis padres se excusaban y subían a la habitación a calmarse, nosotros también nos retiramos. Para la ocasión había que ir completamente de negro. Viendo que hacía frío y no había dejado de llover desde que habíamos puesto pie en el país, el vestido corto que había traído no iba a servir.Bajo el vestido, decidí colocarme unas medias y unos leggins negros sobre estas para no pasar frío en las piernas. En cuanto a la parte de arriba, el abrigo amarillo iba a tener que ser suficiente y esperaba que no causara ningún ataque de ansiedad por ser una falta de respeto a la difunta.Sí, el amarillo siempre ha sido un color que trae mala suerte. Y todo porque Molière, casualmente, tras representar un papel en la obra El enfermo imaginario mientras vestía de amarillo, cayó enfermo y murió horas después. ¿Y qué? También es un color bonito, que transmite luz y felicidad, todo lo que se necesita tras la muerte de un ser querido.No sabía por qué me estaba tomando tantas molestias en mi apariencia cuando no iba a conocer a nadie de los que hubiera en la recepción. Ni siquiera sabía cómo era mi abuelo. ¿Y si me saludaba y yo actuaba como si fuese un desconocido? No extrañaría a nadie, pero sería incómodo, e incluso de mala educación. De repente, empezó a darme un poco de ansiedad y me puse muy nerviosa pensando que necesitaba ver una foto de mi abuelo.Me gusta ir preparada a todos los sitios donde me presento y me veía muy desnuda en aquella ocasión. No tenía nada, nichts. Un sonido de nudillos en la puerta de la habitación me sacó de mi estupor. Oí como Rubén abría la puerta y el murmullo de voces me avisaba de que eran mis padres. Me apresuré a ponerme un poco de máscara en las pestañas, lápiz púrpura en los labios y unas gotas de vainilla en la muñeca.—El coche nos recogerá en diez minutos. ¿Tenéis todo preparado? —Mis padres parecían calmados de nuevo, sin una sola gota de nerviosismo a la vista.—¿Cómo es el abuelo? —pregunté de repente.Resoplé hacia arriba para apartarme el flequillo de los ojos y me lo recoloqué con los dedos porque lo había despeinado aún más.—¿A qué te refieres? —dijo mi padre con una mirada extrañada.—¿Es moreno? ¿Rubio? ¿Tiene los ojos azules? ¿Quizás verdes? ¿Es alto? ¿Cuántos años tiene? ¿Nos recibirá él en la puerta o tendremos que buscarlo? Quiero saber a lo que me enfrento.—Cálmate, Carla —Cogió mis manos que seguían colocando mi pelo y las dejó entre las suyas—. Yo me voy a ocupar de todo. Esta vez no hay nada que puedas hacer, está fuera de tus manos. Cuando lleguemos os presentaré al abuelo y a los familiares que sean necesarios.Otro toque en la puerta interrumpió mi segundo ataque de ansiedad. Comencé a respirar aún más fuerte. Faltaba aire en mis pulmones.—Señor Reyes, su coche ya ha llegado —comunicó el botones del hotel.Cogí mi bolso y me dirigí a lo que sería el mayor cambio que daría mi vida.—Hijo.—Padre.Mi ansiedad se había resuelto nada más llegar a la casa estrecha situada en una callejuela muy cerca del centro. Con otras dos casas adosadas exactamente iguales, esta tenía una puerta de color celeste, con las ventanas de alrededor del mismo color, a diferencia de las otras de un color marrón aburrido. Un Volkswagen Escarabajo verde aparcado en la puerta llamó mi atención. Era una escena muy pintoresca.La puerta la abrió un señor con barba poblada del mismo color marfil que su cabello, ni un solo pelo fuera de lugar. Sus ojos castaños, enmarcados por cejas gruesas, y las mismas patas de gallo que mi padre, me dieron la pista de que se trataba de Alistair Dunn, mi abuelo. Me sorprendió que, tras la frialdad de las palabras que ambos intercambiaron, le siguió un abrazo. Fue frío, pero un abrazo, en cualquier caso. Cuando se despegaron, los ojos de Alistair fueron cayendo primero en mi madre, luego en Rubén y, finalmente, en mí.—Le presento a mi familia —siguió mi padre en inglés—. Mi mujer Beatriz, mi hijo menor Rubén y mi hija mayor Carla.El único reconocimiento por parte de mi abuelo fue un asentimiento de cabeza. Ninguno de nosotros hizo tampoco ningún movimiento, confundidos por la presentación inesperada. Después de todo, mi abuelo nunca había querido saber nada de nosotros y tampoco había hecho ningún esfuerzo por conectar.La seriedad de Alistair me transmitía un sentimiento de ira e impotencia viendo como mi padre hacía el esfuerzo mientras su propio padre mantenía la distancia. Quizás, lo mejor que pudo haber hecho mi padre fue irse a vivir a España a crear una familia que sí lo quisiera.Cuando Alistair se hizo a un lado, nos adentramos en una casa que para nada era tan pequeña como parecía desde fuera. Con una escalera justo en frente de la puerta de entrada que la dividía en dos partes: a la izquierda un salón comedor y a la derecha una cocina. Se oía murmullo hacia la izquierda y nos interrumpió una mujer que rondaría la edad de mis padres y que parecía feliz de vernos.—¡Alberto! Habéis venido, que ilusión.Con su cuerpo menudo se abrazó a mi padre, sacudiendo la melena pelirroja en su cara. Todos nos quedamos sorprendidos mientras mi padre rodeaba a la mujer por la cintura.—Claire, que efusividad. Gracias por avisarnos. Es bueno volver a verte después de tanto tiempo —Mi padre tenía una cara de felicidad real que me hizo voltear la cabeza hacia mi madre y ver como esta se ponía roja de ira. Con un carraspeo de garganta, saqué a mi padre del momento—. Claire, te presento a mi familia.Hizo las mismas presentaciones que con Alistair, con la diferencia de que Claire sí vino a abrazarnos uno a uno, presentándose correctamente. La situación estaba empezando a sobrepasarme y aún no llevábamos ni diez minutos en el interior de la casa.Nos adentramos en el salón donde nos esperaba una mesa llena de entrantes y bocadillos pequeños. Había mucha gente desconocida, muchos ojos mirando en nuestra dirección y susurrando en inglés. Por suerte, el idioma lo controlábamos lo suficiente como para poder desenvolvernos en el país. Claire se disculpó por no poder presentarnos a su hija Rhiannon que no estaba en ese momento.Al cabo de un rato siendo objeto de miradas curiosas, una persona más se presentó en la casa. Un joven trajeado con una maleta en la mano que habló con Alistair y después dirigió la mirada en nuestra dirección. Vi cómo se acercó hasta llegar a mi padre y le tendió la mano.—Encantado. Me llamo John Carton y soy el abogado de Marisa. Fue a mí a quién encargó la transmisión de su herencia y estoy aquí para comunicarles sus deseos. Carla, si no me equivoco.Se dirigió hacia mí y me tendió la mano. Yo estaba perpleja y se la di por acto reflejo.—Soy yo.—Necesito hablar personalmente con usted, eran los deseos de su abuela. ¿Hay alguna habitación en la que podamos tener un poco de privacidad?Por suerte, mi padre vio mi cara de terror y acudió en mi ayuda.—Todo lo que le diga a ella podrá decírmelo también a mí. Si no le importa, me gustaría estar presente.John me miró para comprobar que estaba de acuerdo y cuando asentí Alistair nos guio al piso de arriba. Una de las puertas cerradas llevaba a una especie de oficina con un escritorio en el centro. John tomó el asiento principal, mientras que Alistair, mi padre y yo cogimos unas sillas y nos colocamos al frente.—Los deseos de Marisa fueron muy claros, sobre todo en sus últimos momentos cuando repasamos hacia quién quería dirigir su herencia —Se colocó unas gafas de pasta y continuó leyendo los papeles que había sacado del maletín—. Los bienes de Marisa ascienden a la camioneta a su nombre; la villa Bonnie Lass siendo la última casa en la que vivió, sumando la hectárea de terreno que la rodea; todo lo que hay en el interior de la casa, especialmente su colección de figuritas de porcelana y jarrones de decoración; además de la cantidad de 35.000 libras y la carta que tengo yo mismo en posesión actualmente. Sus deseos fueron que todo lo que le pertenecía, siendo todo lo que acabo de nombrar, se le fuera transferido a su nieta Carla Reyes. En cuanto a esta casa, al ser propiedad de Alistair Dunn, se mantendrá bajo tal nombre.Todo lo que se dijo después de aquello fue tapado por el pitido de mis oídos. Parecía como si el suelo se hubiera abierto bajo mis pies. Mi abuela Marisa, aquella señora que no había puesto interés en mí, que nunca me contactó y que apenas sabía que existía, acababa de dejarme todo lo que poseía a mí.La sangre abandonó mi cara y miré a mi padre en busca de ayuda con los ojos muy abiertos. Este decía algo a John, el cual negaba con la cabeza y encogía los hombros como si no pudiese hacer nada más. Cuando se volvió hacia Alistar, este no parecía sorprendido. Mi padre pedía explicaciones, igual quería saber el porqué de no formar parte de esa herencia siendo su hijo.—Carla. ¡Carla! —Mi padre sacudió su mano frente a mis ojos y yo salí de mi estupor—. Tienes que firmar los papeles para que quede constancia de que aceptas lo que se ha dicho en este despacho.—Pero… pero qué voy a hacer… ¿qué hago yo con esto? ¿Por qué a mí? —Me tapé la cara con ambas manos si creer aun lo que estaba viviendo.—Lo hablaremos después, pero por ahora debes firmar.—¿Y si hay deudas de por medio?—Lo haremos a beneficio de inventario. No te preocupes por todo eso, lo tengo todo bajo control.Me apresuré a firmar los papeles, que no eran pocos. John me entregó la carta, que pesaba en mi mano como si fuera de plomo, y luego se despidió dándome suerte y extendiendo su mano de nuevo hacia mí. La cogí como un robot y salí de allí cuando mi padre me lo indicó. Parecía estar en una nube, no comprendía nada. Cuando llegamos a la planta baja y Rubén me vio la cara, acudió a mí.—¿Estás bien? ¿Qué ha pasado? —Cuando yo no hacía más que abrir la boca sin que saliera palabra, se dirigió a mi padre—. ¿Papá?Salimos de la casa sin despedirnos de nadie. Alcanzamos un taxi cuando llegamos a la calle principal y este nos dejó en el hotel. Una vez en la habitación mi padre contó lo ocurrido. Hubo disputas por todas partes, aún más cuando mi padre llamó a mi tío Augusto que se había negado a venir.—Ya lo sé. Sí. No, solo a la niña. Claro… Pues eso mismo me pregunto yo. No, ya ha firmado todo. Volveremos pronto a España y lo arreglaremos en el despacho. No, apenas me ha dirigido dos palabras. Tampoco, ni se ha dignado a hablarles… No, me niego… No. ¿Estás loco? ¿Tú crees? Está bien… Hablamos estos días. Adiós.La conversación de mi padre con mi tío fue corta, pero efusiva. Cuando al colgar mi padre me miró con preocupación, supe que algo no iba bien.—Carla, tenemos que volver a Barcelona.—¿Cuándo? Necesitamos reservar los billetes.—Tú te quedas.Marisa1 de septiembre de 2020Dunn, mi amor. Pronto podré reunirme contigo, lo presiento. Te he echado mucho de menos. Ya voy, ya.Capítulo 3CarlaLa charla con mis padres no fue bonita. Me explicaron que necesitaban volver al despacho para aclarar todo el papeleo y ver qué podían hacer. Mi hermano también iba a volver con ellos ya que comenzaba pronto la universidad y era mejor que quedarse conmigo y volverse solo en unos días.A pesar de todo, aprovechando que estábamos en Edimburgo, mis padres decidieron tomarse unas sorprendidas vacaciones y pasamos varios días viendo la ciudad y los alrededores, como típicos turistas. En esos días no presté atención a nada de lo que vimos, mi mente se encontraba en otro lugar. Sonreía cuando tomábamos una foto, comía cuando parábamos en un restaurante y asentía cuando comentaban qué monumento visitar después.Era como si toda mi familia fuera ajena a lo que acababa de ocurrir. No eran conscientes de que Marisa le había dejado toda su herencia a una sola nieta. Mi hermano debería estar enfadado. Mi padre tendría que estar subiéndose por las paredes. Sin embargo, todo había seguido como si no acabásemos de leer la herencia tras el entierro de mi abuela.Después de esos tres días de niebla en mi cabeza y sorprendente sol en el cielo, vi como mi familia preparaba las maletas para marcharse mientras yo tenía que quedarme allí. ¿Para qué? Según mi padre, hasta que no se resolviese todo yo debía estar en el país en caso de tener que hacer gestiones en persona. Era más fácil así.Un día antes de su partida, mi padre decidió ir conmigo a la casa que Marisa me había dejado en herencia. Por lo visto, mi abuela había vivido allí sola sus últimos años de vida, separándose de mi abuelo, siempre buscando su independencia.La casa estaba situada en las afueras, por lo que tuvimos que alquilar un coche para poder desplazarnos. Tardamos media hora en llegar desde la zona central de Edimburgo donde estaba nuestro hotel. Pasamos varias casas en el camino, despegadas unas de otras. El GPS nos guiaba, pero mi padre parecía conocer mejor el camino.Nos detuvimos frente a una casa de color blanco, un poco descolorida por el paso de los años. Los marcos de puertas y ventanas rodeados de ladrillo marrón. Los tejados a dos aguas de color gris oscuro caían sobre cada una de las alturas de la casa.Deteniendo el motor, ambos salimos del coche admirando la casa que se nos presentaba delante.—No ha cambiado ni una pizca —dijo mi padre, un poco sentimental.—¿Has venido antes?—Aquí es donde crecimos tu tío y yo.—¿Cómo? Pero yo pensaba que habías crecido en la casa del centro, donde estuvimos ayer.¿Por qué seguía descubriendo a estas alturas cosas del pasado de mi padre? No entendía tanto secreto.—Ven —dijo sacando las llaves del bolsillo, las que habíamos recogido del despacho de John esa misma mañana, junto con el resto de los papeles y las llaves de la camioneta de mi abuela—, quiero enseñarte algo.Seguidos del ruido de nuestros zapatos sobre las piedras pequeñas que llenaban el camino, llegamos a la puerta principal. Una vez dentro, recorrimos la casa de punta a punta, desde la cocina con azulejos anticuados, pasando por el salón con sofás floreados, los baños con sanitarios de color beige, el ático lleno de polvo y objetos cubiertos con sábanas que te ponían los pelos de punta, el garaje hasta arriba de porcelana en cajas y con papel de burbujas, dejando para el final la última habitación.Cuando mi padre abrió la puerta, me encontré con la habitación de un adolescente aficionado a la música en todos los sentidos. Había una guitarra eléctrica en una esquina, junto a una acústica tumbada en el suelo. Las paredes estaban repletas de posters de cantantes de épocas pasadas, con pelos largos y ropas llamativas. Tantos había que apenas se percibía el color azul de la pared de debajo.Con un escritorio lleno de revistas y hojas desperdigadas y una cama doble con sábanas de color azul marino, parecía como si fuese ayer que el adolescente de esta habitación la hubiese abandonado. Mi padre se detuvo en las estanterías que sostenían discos de vinilo, decenas de ellos. Con una sonrisa, sacó uno y sopló sobre él para quitarle el polvo.—¿Los Ramones? —dije yo acercándome por detrás—. Todo un clásico.Saqué otro disco de color negro, con un prisma atravesado por una luz blanca que se convertía en arcoíris al otro lado.—The Dark Side of the Moon, uno de mis favoritos.Le di la vuelta y leí la lista de canciones, viendo que conocía varias. Nunca he sido muy fan de la música en general, pero con la cantidad de discos que había ahí y que ahora eran de mi propiedad, igual me podía aficionar.Dejando los discos a un lado, nos sentamos en la cama, ambos sin parar de mirar a nuestro alrededor; yo viendo todo por primera vez y él rememorando su pasado.—¡Papá! —le regañé dirigiendo la mirada a un póster que mostraba a seis mujeres desnudas, dando la espalda a la cámara, sus espaldas pintadas con diferentes diseños.—No pienses mal de mí, hija. Todo esto es sobre música, nada raro.Al ver a las mujeres desnudas pensé en mi padre adolescente y en cuántas chicas habrían acabado en su cama. Con un escalofrío aparté de mi cabeza ese pensamiento.—¿Tienes frío?Ignoré su pregunta.—¿Quién es Claire?—Ya lo sabes, la mujer que nos avisó del fallecimiento de Marisa. La viste ayer mismo.—Ya sabes que no es eso lo que pregunto. Se os veía muy acaramelados en ese abrazo y mamá no parecía contenta.—Ah, ya sé por dónde van los tiros. Tu madre y yo ya hablamos anoche sobre ello. Claire es… una amiga del pasado. Solo una buena amiga, nada más.Continuamos con la visita un poco más hasta que decidimos que ya era suficiente nostalgia por un día. El resto del terreno no era más que naturaleza, prados verdes infinitos con flores y árboles aquí y allí. Finalmente, volvimos al hotel para cenar con mi madre y mi hermano.—Mucho cuidado, ¿vale? Ya sabes que con una llamada estamos aquí en unas horas. —Mi madre no veía muy bien la opción de dejarme sola ya que nunca me había enfrentado a ninguna situación de este calibre sin ella o mi padre a mi lado.La noche había pasado volando y la mañana había llegado, y con ello la partida de mi familia.—Carla, ya sabes que me quedaría contigo, pero mi deber y Rocío me llaman.—Anda, sinvergüenza, como yo me entere de que la lías…Finalmente, mi padre se despidió con un beso y un abrazo, al igual que los demás, pero no me dijo nada. Su sonrisa y su mirada de seguridad me decían todo lo que necesitaba. No estaba sola e iba a poder salir adelante. Además, ¿qué diferencia había entre no hacer nada aquí o en Barcelona?Todo iba a salir bien.—Carla, todo va a salir bien. Respira hondo, no llores. Que no te vean como una niña débil. Eres una mujer madura. Di adiós con la mano y sonríe. Vas a salir adelante.No iba a salir adelante.Llevaba dos días sin salir de mi habitación del hotel, a excepción de para bajar al restaurante a comer. No había recibido noticias nuevas por parte de mi familia, a pesar de que llamaban diariamente para ver si estaba bien. Tenía que hacer algo, no sabía cuánto tiempo más se iba a alargar esta situación.Al tercer día sola, recibí la llamada de mi tío Augusto. Mis padres y él habían estado revisando el testamento y habían llegado a la conclusión de que lo más sensato era aceptar que todo era mío y no había más que hablar. Era mi decisión lo que hiciese con las propiedades de Marisa y el dinero que me había dejado. En cualquier caso, tendría que pagar el impuesto correspondiente de sucesión y volver a casa para seguir con mi vida, sabiendo que tenía ahí algo pendiente. Igual mi abuelo se podría hacer cargo de Bonnie Lass.Bonnie Lass. Menudo nombre. Mi padre me había explicado que en gaélico significa chica guapa. ¿Quién llama a su casa chica guapa?Al pensar en volver a Barcelona se me hizo un nudo en el estómago. La vuelta supondría tener que volver a enfrentarme a mi futuro y a la realidad de confesar a mis padres que no quería seguir su camino. La respuesta tampoco era quedarme y huir de mis problemas. El dinero de mi abuela no me daría para vivir toda la vida y tenía unas responsabilidades a las que atender.Sin saber qué hacer, decidí hacer una videollamada con las chicas.—¿Adónde has ido, Carla?—Estoy aquí.—Pues no te vemos. La pantalla ha vuelto a ponerse negra.—¿Y ahora? Me cago en la leche —maldije.Acababa de ponerlas al corriente de todo lo ocurrido aquellos días, de mi encierro en la habitación del hotel y de mi dilema de volver a Barcelona o quedarme en Edimburgo. Sara, la más sensata de todas, me animaba a volver a casa y hacer lo correcto.—Carla, tu futuro es ser abogada en el despacho de tus padres. Siempre lo has tenido todo fácil y tu miedo ahora es equivocarte, pero te aseguro que es un seguro de vida.—No hagas caso a esta, yo que tú me quedaba allí y vendía la casa de tu abuela. Sácate un dinero extra y recorre el mundo en este año sabático. Ya encontrarás algo que te guste. —Obviamente, esa era Elisabeth.—¿Sabes qué te digo? Que, por una vez, estoy con Eli. Quédate en Edimburgo. La vida te ha dado una oportunidad, aprovéchala. Sé feliz y vive el momento, deja de preocuparte en lo que estarás haciendo el año que viene. Además, ¿por qué no te quedas en la casa de Marisa? Ahora es tuya.—Carlota, esa casa no me pertenece, no debería ser mía. Y quedarme ahí… ¿Estás loca? Está en medio de la nada y es muy vieja. Si me pasara algo allí nadie se enteraría hasta que tuvieran que buscar mi cadáver entre toda la mugre que hay allí dentro.—Habla con tu abuelo, seguro que quiere recuperar el tiempo perdido ahora que te tiene ahí.—Piénsalo. Sal de ese hotel, conoce a tu abuelo y su versión de la historia, sal a conocer la ciudad y respira un poco de aire puro en la casa esa de campo —continuó Elisabeth.Eso me dio que pensar. Estaba cansada de los lujos del hotel y echaba de menos algo más cálido. Echaba de menos a mi familia, pero esa opción estaba a más de dos mil kilómetros de distancia.—Está bien, voy a probar suerte. Espero no equivocarme, pero creo que ha llegado la hora de dejar de vivir con miedo. Muchas gracias, chicas. Os echo mucho de menos.Tiré un beso a la cámara de mi portátil y cerré sesión. Era hora de plantar cara a mis miedos.Golpeé con los nudillos en la puerta celeste. El Escarabajo verde seguía ahí.—¿Carla? ¿Qué haces aquí?—Hola, Alistair —Saludé con la mano y con una sonrisa forzada, temiendo que me echase de allí.—¿Y los demás?—¿Los demás?—Tus padres y tu hermano.—Pues verás, ellos ya se han ido a Barcelona. Solo quedo yo aquí y de eso te quería hablar. ¿Puedo pasar? —Con un gesto de cabeza señalé hacia dentro.—Claro, pasa.Alistair se hizo a un lado para dejarme paso y me guio hasta el sofá de terciopelo verde del salón. Una vez sentado en el sillón de en frente, puso los codos en las rodillas y me miró, expectante a lo que yo tuviera que decir.—¿Recuerdas la herencia de Marisa? Pues me la ha dejado toda a mí y no sé qué hacer.—Lo sé. Yo estuve presente en esa reunión.Resoplé hacia arriba. Empezábamos mal.—Había pensado quedarme un tiempo en Edimburgo y, quizás, vender su colección de figuras de porcelana, si te parece bien.Las chicas me habían dado la idea de comenzar a vender todas las cosas de Marisa y así, cuando vaciase la casa al completo, podría plantearme hacer algo con ella. Quizás era un buen primer paso y, al menos, me mantendría ocupada. Era la excusa perfecta.—Claro, ahora es tuya esa colección. Tu abuela la sacó de esta casa porque yo no soportaba tener tanto cacharro por aquí. Nunca me gustó la colección y no la quiero para nada. Por cierto —pareció dudar—, ¿que ponía en su carta?Mi abuela me había dejado una carta junto con toda la herencia, carta que yo no me había atrevido a abrir. No sé si quería saber lo que mi abuela tuviera que decirme, a mí, a la nieta que tenía olvidada. Nunca pensé que pudiera tener tanto miedo al dolor que pudieran causarme sus palabras. Quizás en esa carta me explicaba que se había equivocado de nieta en la herencia o que quería que mantuviera todo en la familia y lo pasara a las demás generaciones.