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De que tema va Engánchate a mí novela
Engánchate a mí novela – Sinopsis:
Engánchate a mí novela pdfEngánchate a mí novela pdf descargar gratis leer online JoyreadUrbanoCapítulo 1—Tu marido y yo estamos en la habitación 1108 del Hotel Horizonte Exótico, hacemos lo que nos gusta hacer. Blanca, ¿por qué no te divorcias? ¿Tan poco amor te tienes? No pudiste conservar su cuerpo ni su corazón. Blanca Reyes estaba de pie frente a la habitación 1108 con una expresión indiferente mientras miraba el mensaje de texto en su teléfono. Sus largas pestañas cubrían lo oscuro de sus ojos mientras no mostraba ninguna emoción. Se escuchó el sonido de la puerta al abrirse. Sergio Jara salió y con los brazos rodeó a su encantadora asistente. Se detuvo al ver a Blanca y le sonrió: —¿Has venido a espiar y ver que te engaño otra vez? ¿Por qué no entras? Hace mucho calor afuera. ¿No estás cansada de estar de pie? Blanca lo miró con indiferencia: —No quería estropear tu diversión. Sería horrible que no pudieras levantarte después de verme. Pero, ¿se ha curado ya tu enfermedad? Sergio tenía una expresión aburrida cuando la escuchó maldecir: —Blanca, tú eras la que estaba sucia. ¿Por qué eres tan sarcástica ahora? Blanca se rio, sentía que sus lágrimas saldrían en cualquier momento. Hace tres años, su exnovia la secuestró. Mientras intentaba escapar, su virginidad fue tomada por un hombre enmascarado. Al mismo tiempo, vio cómo el auto de Sergio se detenía cerca. Tenía sexo con una mujer en el interior y esa mujer era la secuestradora. Sintió que su corazón era apuñalado con un cuchillo mientras veía cómo el auto se agitaba de manera violenta. En ese momento podía incluso distinguir cada movimiento de él. No sabía cómo había llegado ese día y todavía podía sentir el dolor cada vez que pensaba en ello. —Lo siento si te hace sentir incómodo. Estoy acostumbrada a ser así de sarcástica. —Blanca levantó la barbilla con pereza. Sergio tenía una mirada fría: —¿Qué haces aquí? No me digas que solo has venido a estropear mi diversión. —Me temo que tienes razón. Tu intuición siempre ha dado justo en el clavo. —Blanca mostró una sonrisa tranquila. —¡Vete a la m*erda! —dijo Sergio enojado. Blanca sacó un documento de su bolso y se lo entregó a Sergio. Él no lo tomó y le preguntó con cautela: —¿Qué es esto? —Acerca de ella. —Blanca miró a la asistente de Sergio. —¿Qué pasa conmigo? —La asistente rodeó con sus brazos los de Sergio. Ella había oído que Blanca era su esposa y que nunca fue amada por el hombre en absoluto. De hecho, Sergio parecía estar disgustado con ella el día de hoy. Así que no tenía nada que temer. Blanca agitó el documento en su mano: —Eres la infame secretaria sucia de la Ciudad Fortuna. El ochenta por ciento de los empresarios ricos se han acostado contigo y a uno de ellos le diagnosticaron SIDA el mes pasado. El rostro de la asistente se puso demasiado pálido. Blanca se giró entonces para mirar a Sergio: »Usaste preservativo, ¿verdad? Si no, conozco a un médico. ¿Quieres que te lo presente? Sergio tomó el documento de Blanca, entrecerró los ojos y le lanzó una mirada feroz mientras se lo arrojaba al rostro: —Siempre tienes una forma de hacer infeliz a la gente. Blanca se puso de pie. Cuando el papel le golpeó la cara, le dolió más de lo que esperaba. Entonces, se burló: —Ya me conoces. Cuento con que pases el resto de tu vida infeliz. —Entonces, para que yo sea feliz, debo hacer algo que te haga incluso más infeliz. No me iré a casa hoy, así que no tienes que esperarme —dijo enojado. Se dio vuelta y se dirigió hacia el ascensor. Blanca se quedó allí con una mirada indiferente. Sabía a qué se refería cuando dijo que no lo esperara. Iba a pasar la noche en casa de otra mujer, para que le impregnara su olor. Desde que ella perdió su virginidad, él no había vuelto a tocarla. A sus ojos, ella no era mejor que una sucia secretaria. Una niebla se formó de manera lenta en sus fríos ojos. No lloraba ni se quejaba, pero sentía el dolor. La asistente de Sergio la abofeteó en el rostro. Blanca fue sorprendida con la guardia baja, por lo que retrocedió unos pasos y se apoyó en la pared. —¡Tú p*rra! ¿Crees que puedes conquistar su corazón arruinándome? —La asistente apretó los puños enojada. —Ni siquiera quiero el corazón de esa basura. —Blanca le devolvió la bofetada a la asistente—: ¡No soy alguien con quien puedas meterte! —¿Entonces por qué no te divorcias? —gritó la asistente. —Todavía no tienes derecho a saberlo. Esta información será expuesta en Internet mañana. Cuídate. —Blanca dijo de manera fría y salió del hotel. Era de noche. Se ajustó la ropa y caminó por la carretera vacía mientras la luz de la luna alargaba su sombra. Se sentía sola. Volver a casa solo la haría sentir todavía más incómoda. Decidió dormir en la sala de guardia del hospital. Al entrar en la oficina, encendió la luz. Un soldado con uniforme verde corrió y se acercó con expresión solemne y le preguntó ansioso: —¿Es usted la ginecóloga de guardia? Su ansiedad hizo que Blanca se inquietara también: —¿Qué ocurre? ¿Cómo puedo ayudarle? —Una mujer embarazada está secuestrada en las cercanías y se le acaba de romper la fuente. La situación es muy crítica y requiere atención médica inmediata. Por favor, venga conmigo —dijo el soldado con urgencia. En realidad, era muy peligroso para una mujer embarazada si se le rompía la fuente. Blanca no tuvo tiempo de pensar: —Iré con usted después de tomar mi botiquín. Deme cinco minutos. Poco después, siguió al soldado hasta un jardín cercano al hospital. Ahí había alrededor de una docena de soldados de pie con una mirada solemne en sus rostros. Estaban bien entrenados, ya que permanecían inmóviles mientras esperaban instrucciones de sus superiores. Blanca fue conducida a la habitación 802, que estaba enfrente de la 801 donde sucedía el evento. De un vistazo, pudo ver a un hombre que daba órdenes. Tenía un rostro de aspecto duro y una mirada penetrante. Sus rasgos faciales eran como una obra de arte perfecta en manos de un escultor, era demasiado atractivo. Sentía curiosidad por los hombres que lo escuchaban con atención. Entre ellos había un Coronel con tres insignias sobre los hombros. «¿Ese sería entonces el General?». La mirada penetrante del hombre se desvió hacia ella. Blanca se sorprendió y bajó la cabeza. Caminó directo hacia ella y la gran sombra que formaba su enorme figura la envolvió de forma opresiva. Esto le recordó al hombre enmascarado de aquella noche, ya que también tenía una complexión parecida. Así que era inútil que se resistiera. —Levante la cabeza —ordenó Gael Mondragón. Sus ojos de águila se fijaron en su delicado rostro y sus labios apretados le dieron una mirada de disgusto. Bajo su presión, Blanca levantó la cabeza para mirarlo. Su rostro parecía frío y sus ojos penetrantes infundían miedo a la gente. Era la primera vez que veía a un hombre capaz de infundir miedo a los demás sin tener que hablar. —Soy un médico, no un criminal —dijo Blanca. Una luz brilló en los ojos de Gael mientras ordenaba a sus subordinados con rigor: —Déjenla ir y traigan a otra persona. Blanca no entendía. —¿Qué pasa conmigo? —Nos enfrentamos a tres Jefes de cárteles de la droga que matarían sin dudarlo. ¿Tiene las agallas para entrar ahí? —preguntó Gael. —¿Por qué no lo haría? —replicó Blanca. Gael frunció el ceño y le agarró la barbilla mientras se inclinaba más hacia ella. —Piénselo bien antes de responderme. Esto no es un simulacro y las posibilidades de que salga con vida son muy escasas. La presencia de él era abrumadora mientras respiraba sobre sus labios. Blanca era tan terca como un animal. Cuanto más la despreciaban, más quería demostrar su valentía. —No habría venido aquí si tuviera miedo de morir —respondió mientras la miraba directo a los ojos sin miedo. Gael frunció el ceño mientras la miraba de manera persistente. Sus pupilas eran tan oscuras que ella podía ver su propio reflejo en ellas.