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Cual es el argumento de Entre amigos de Matt Winter
Reseña literaria de Entre amigos de Matt Winter
Entre amigos de Matt Winter pdfEntre amigos: Romance Gay para adultos de Matt Winter pdf descargar gratis leer onlinecuando dos responsables que llevan a sus retoños al mismo academia pronuncian recomendar, las sábanas salen tirando.«me especulo a ben como a uno de esos graciosos de telenovela turca, y me da el flato.» jmanuelppadam tiene algo muy claro: no es gay, aunque aquel equivocación de su virginidad pueda concebir pensar lo desigual.cuando, inseparable con su mujer y sus descendientes, se silente a una conservadora ciudad para ejecutar el vigilancia de jefe de proyectos en un gran busco de construcción, pondere a su abriles, todo comporta que su compañero va a ser un parcela de rocías.hasta que introduce a ben, el súbito y valiente padre de uno de los compañeros de junto de su hijo, por el que mueve de rayano una simpatía desconocida y que comparece ser inversa.atrapé que todo se viene desconcierto cuando abre a arrebatarse entre sus sudarios, entre sus valores, y a tratarse tantea de que lo que ben le hace tener en la petate, no lo ha tocado precedentemente.entre amigos, es otra de las eficaces introduces de matt winter, escueto para adultos fogosos.CAPÍTULO 1Fue una madrugada de marzo, de finales de marzo.Renna Dowell había dado una fiesta en su casa porque pronto volveríamos a la universidad: una excusa más para emborracharse y fumar porros a escondidas cuando tienes veintiún años.A las cuatro, Renna dijo que aquello se había acabado porque un energúmeno había hecho trizas la figurita de porcelana favorita de su madre. Todos protestamos, pero yo me callé que, seguramente, ese energúmeno había sido yo.Durante la siguiente hora no tengo muy claro qué pasó. Creo que fue cuando Linda, mi novia, me abofeteó porque, según ella, me había dado el lote con Frida Jenkins, cosa que yo desmentí, aunque fuera cierta. También debió ser entonces cuando a mis colegas les salió otro plan y decidieron largarse. ¿Me avisaron? Sí, pero yo estaba metiéndole los dedos a Frida y no les presté atención.Así que a las cinco de la madrugada estaba tirado a las afueras del pueblo, hasta arriba de porros y cervezas, y sin nadie que pudiera llevarme a casa.Sí, eran solo nueve millas, pero de noche y con un pedo tremendo, lo último de lo que era capaz era de caminar.Solicité a Renna que me dejara dormir allí, aunque fuera en el garaje, pero sospechaba de mí por lo de la figurita, y me dio con la puerta en las narices.¿Solución? Autostop.No suele pasar mucha gente por la carretera comarcal alrededor de las cinco de la madrugada de un domingo de verano, así que cuando vi las luces a lo lejos me planté en medio de la calzada y abrí los brazos en cruz, pues posiblemente sería mi única oportunidad.Estaba muy borracho, ya te lo he dicho, porque quien fuera que se acercaba, con estar un poco despistado, me hubiera llevado por delante. Pero se detuvo, a un par de metros de mí.Me importaba bastante poco de quién se trataba. Lo único que necesitaba era que me acercara lo más posible a casa, que ya me las arreglaría yo una vez en el pueblo.—Eres Adam, el hijo de Douglas, ¿no?La voz provenía del interior del Dover que acababa de pararse. Cuando me acerqué, más tambaleante de lo que pretendía, y miré al interior, desde el asiento del conductor me analizaban unos ojos que había visto muchas veces.Era Tom Clancy, un colega de mi padre, de los que jugaban los sábados a los bolos y hacían pandilla con sus mujeres para salir de cena de vez en cuando. Era, además, el padre de… ¿se llamaba también Thomas?, uno de mis compañeros de último curso en el instituto, con quien apenas tuve relación a pesar de que mi madre insistía.Aquello me agrió el carácter. Mis intenciones eran llegar a casa antes de que nadie se despertara, meterme en la cama y levantarme cuando esa mierda se me hubiera pasado, sin dejar rastro del calamitoso estado con que había llegado. Pero el señor Clancy estaba claro que me iba a delatar a papá.La borrachera no me permitía perfilar un plan B, así que decidí correr con las consecuencias, ¿no era un adulto universitario?, y, por lo menos, no perderme entre los bosques.—Sí, soy yo, señor Clancy.Él parecía extrañado, y también satisfecho. Me miraba con curiosidad, quizá asombro.—¿Y qué haces a esta hora en medio de la nada?Podía explicarle lo de la fiesta, lo de la figurita de porcelane y lo de mis dedos dentro de la vagina de Frida, pero era demasiado largo.—Mis colegas se han marchado y se han olvidado de mí.Lo pensó un momento. Creo que meditaba entre la posibilidad de echarme una mano y la de darme un escarmiento. Al final extendió sus largos dedos y abrió la puerta para mí.—Anda, sube. Te acercaré a casa.Respiré aliviado.No era consciente de lo cansado que estaba ni de lo que echaba de menos mi cama. Me senté y cerré la puerta, y volví a darle las gracias varias veces seguidas.Lo conocía desde que nací, aunque en los pueblos, al menos en el mío, había un reverencial respeto por las personas mayores y por los amigos de nuestros padres que nos impedía tutearlo.Al fin él arrancó y yo empecé a sumergirme en la agradable sensación de que una noche tumultuosa estaba a punto de terminar.Mi madre decía que Tom Clancy era el hombre más guapo del pueblo, y podía tener razón si yo entendiera de eso. Debía tener la edad de papá, acabados de cumplir los cuarenta. Cabello rubio y espeso, un bigote muy poblado, y ojos azules y profundos, que más de una vez había pillado clavados en mí, supongo que lamentando el desastre de hijo que había tenido su amigo. Hacía mucho deporte, eso lo sabía, y lo había visto en bañador. Hasta Linda, mi novia, dijo una vez que se lo tiraría sin dudarlo, lo que provocó una de nuestras primeras broncas.—Has debido pasártelo bien —dijo cuando llevábamos un rato en silencio.—Una fiesta de verano.Asintió. Parecía estar evaluando hasta qué punto estaba en estado de mantener una conversación.—¿Has ido con tu novia?—Sí, hemos venido juntos.—¿Y dónde está?¿Qué le explicaba? ¿Qué me había pillado comiéndole el coño a su amiga?—Un malentendido.—Se ha enfadado contigo.Enfadado no era la palabra, porque si me concentraba, aún me dolía la bofetada que me había dado.—Sí, creo que esta noche lo hemos dejado.Soltó un silbido.—Pues a ver cómo mojas ahora.Me sonrojé. Con mi padre no se me hubiera ocurrido hablar de estas cosas. Pero el señor Clancy parecía enrollado.—Siempre hay posibilidades —contesté por decir algo.Él me miró. Juraría que de una manera especial, como si me observara los labios, y los ojos, y volviera a los labios.—A un chico guapo y deportista como tú no deben faltarle las posibilidades, ¿no?Me sentí incómodo.—No está mal.—¿Esta noche ha habido… fiesta?—¿Fiesta?Vi cómo se humedecía los labios antes de mirarme de nuevo.—Me preguntaba si habías follado.Creo que mis ojos lo enfrentaron asombrados. Pero duró poco, porque comprendí que aquel tipo no era tan recto como papá, y hablar de todas las mierdas que me habían pasado aquella noche me vendría bien.—He estado a punto —confesé—, pero cuando me estaba bajando los calzoncillos ha entrado mi novia.—Así que estabas con… ¿otra?—Claro, con quién si no.Me resultó extraña la pregunta final.—No sé —se encogió de hombros—. Los chicos de hoy son más modernos que nosotros.—Supongo.Se hizo el silencio. Reconozco que estaba desconcertado, y también que hablar de aquello había reavivado las ganas de sexo que ya arrastraba desde que salí de casa hacía muchas horas.Miré por la ventana y no reconocí la comarcal. ¿Era posible que nos hubiéramos metido por uno de los caminos de tierra? A veces se acortaba, pero otras no se llegaba a ningún sitio.—Así que te has quedado con ganas de echar un buen polvo —dijo al cabo de un rato, y cuando lo miré tenía sus ojos azules clavados en los míos.—Sí, la verdad es que sí.Vi cómo su lengua recorría la comisura de sus labios.—Cuando llegues a casa te puedes hacer una paja.—Eso había pensado —tragué saliva.Suavemente el coche se detuvo. Miré alrededor pero solo veía árboles muy próximos a nosotros. Cuando lo miré de nuevo tuve la impresión de que estaba más cerca de mí.—O podemos hacernos unas pajas tú y yo. Pensaba hacer eso mismo al llegar a casa.Me sentía paralizado, porque un ramalazo de deseo me estaba azotando la columna vertebral, pero aquel no solo era un tío, sino que se trataba del amigo de mi padre.—Yo no… —articulé en voz baja.Él alargó una mano, y me la puso en la rodilla. Sus dedos eran largos y gruesos, surcados por venas rotundas. Sentí cómo se movían por encima de mi pantalón.—Vamos a poner las cosas claras —me dijo—: si le cuento a tu padre que te he recogido borracho y drogado a estas horas, haciendo autostop, ¿qué crees que dirá?Tragué saliva. Su mano había ascendido y acariciaba mi muslo, muy cerca del paquete.—Me caerá el castigo del siglo —atiné a decir.—Trae la mano —me la tomó sin esperar respuesta y la puso sobre el bulto de su entrepierna—. ¿Qué te parece?La apretó, para que tomara conciencia de lo que había allí. Algo grande, cálido, que palpitaba, como si se hubiera guardado un animalillo en el pantalón.—A mí no me va esto —dije tras tragar saliva, siendo consciente de que tenía gorda la polla sin quererlo.—La otra opción es que —me cogió el paquete, igual que yo se lo tenía asido a él—, lo mismo que ibas hacer al llegar a casa, lo hagamos ahora, aquí.Lo hicimos.Sí, lo hicimos, y no solo con las manos, sino que mi boca paladeó el sabor agrio y salado de su lefa al correrse entre mis labios.Cuando terminamos, cuando me la mamó hasta que yo exhalé un gemido y el caño se perdió en su garganta, me pasó un paquete de clínex para que me limpiara, puso una emisora de música country y me llevó a casa.No cruzamos palabra, y cuando me dejó en la puerta, me saludó con la mano como si entre nosotros dos no hubiera pasado nada.Volví a ver al señor Clancy muchas veces, cada vez que volvía a casa desde la universidad a pasar unos días con los míos, pero jamás hablamos de aquello ni volvió a insinuárseme.Esa noche me juré que nunca, jamás, volvería a hacer algo así.CAPÍTULO 2Doce años después.—Creo que era la calle que hemos pasado —me dice Mary.—¡Joder! Hay que dar otra vez toda la vuelta.Estoy de mal humor y mi mujer lo sabe. Hay dos cosas que odio en este mundo: los juegos de mesa y los cumpleaños de los amigos de mis hijos.Podrías llevarte una mala impresión de mí con esto último, pero tranquilo, soy un buen tipo. No es por los niños, a los que adoro, sino por los padres.Hoy estaremos un puñado de desconocidos durante un par de horas haciendo como que nos caemos bien y soportando las payasadas de uno de ellos. Porque siempre hay uno que mete la pata, dice lo que no debe y se hace el gracioso.—¡Ahí! —Mary señala un hueco donde cabe nuestro coche. Se lo agradezco con un beso en los labios.—Disculpa si estoy insoportable.—Me casé contigo. Esto también venía en el paquete.Me guiña un ojo y ayuda a salir a Marc y Olivia, que ya se han soltado los cinturones de seguridad, mientras yo me preparo para meter el coche en un hueco más ajustado que un guante.Conocí a Mary en la universidad, y desde entonces no nos hemos separado. Nos gusta la comida italiana, las películas de terror, dormir la siesta los domingos por la tarde y criticar a Mariah Carey cuando empiezan las Navidades. Nuestros hijos han heredado, combinadas, dos de estas cuatro cualidades, por eso hacemos largos maratones en familia de películas de serie B.Marc tiene ocho años y Olivia siete. Nos plantamos ahí porque Mary quería retomar su trabajo en el bufete y yo estaba cada vez más agobiado en el estudio.—Es esa casa —me señala una vivienda familiar rodeada de un jardín enorme, de la que procede un tumulto de risas y gritos.—Estos tienen pelas —me burlo.